En SOS, lo juro, me pegué una hostia parda. Delante de todas ellas, rodé un metro y medio, delante de las 8 chicas a las que había subido un plato de napolitanas, donnuts, ensaimadas, marquesinas, pestillos, tortas, pastel de manzana o tal vez de queso. La broma costó 19 euros, pero me quedo más tranquilo visto lo que me podía haber costado -y no me costó- la legalización del ocupamiento que realizaron de mi habitación. Por cierto: ocupación infernal. Cuando a las 8 de la mañana del último día (after Fatboy, of course) llegué cojitranco y sorderas con ganas de fiesta, bailando y gritando; me quisieron echar con cajas destempladas al suelo del cuarto de baño (único resquicio por ocupar). No había dulces que pudieran solucionar tamaña caida (finalmente hubo colchón para un servidor, no se vayan a creer).
De todas maneras: ¡que me digan a mi que me vaya al cuarto de baño! A mí, que con Arrabal y nuestros bizarros soy el último tigre de vengala, el primer viceyoungcurator, el segundo voluntario master&comander, el quinto en no caber por la puerta del Igloo de Jorge Pineda y tener que hacerse huequecillo, el tercero en querer y no poder (por falta de tiempo) mojar los sobaos del desayuno en la leche de Samantha, el cuarto en mangar un cutter a altas horas de la noche, el sexto en mangar un nivel, el decimosegundo en entrar en un Carrefour antes de que éste estuviera abierto (8 de la mañana, un viernes): increible el síndrome del consumista melancólico que contempla sin poder comprar (en este caso no por falta de dinero, sino por ansia de anticipación y placer de contemplación); estamos hablando de gente que empuja carritos a través de polígonos y espera en sus puestos cual caballos de carreras la ansiada apertura de puertas al público, mientras yo buscaba un cargador de movil. En efecto: fui el decimo en no comprender (ni encontrar) la forma de rajarse un brazo, desde la muñeca al codo, tomando como arma blanca una (aparentemente hasta el momento) inofensiva caravana, el primero y único en subirse a una tijera escacharrada sin tener ni zorra ni siquiera del concepto de auto-movil (vía Playstation, por ejemplo), todo ello a altas horas de la noche y con un dominicano dandome instrucciones y suplicandome por un lado "Ernesto, por favor, yo no quisiera verte espachurrado contra el techo", mientras por otro me animaba "la verdad es que de conseguirlo, me habrías sorprendido: un filósofo manejando, más allá de la teoría (sic)"; como podeis comprender el trasto no arrancó ni pa trás (02.00 de la madrugada, los dos solos on da house, habiendonos dejado pasar un vigilante, yo subido allí arriba confundiendo constantemente el botón de arranque con la bocina sin encontrar la llave de contacto); la verdad es que también debía haber temido por mi vida, entonces y el día siguiente por la mañana cuando repetí la peripecia ante un nutrido grupo de voluntarios (digamos: 24) que yo mismo había llamado para aprendieran como se atravesaban las puertas con un cacharro de este calibre: atravesé, subí unos metros y bajé. Sergio me vió y rápidamente pidió una camisa de fuerza vía walkytalkie y un operario en condiciones (el mismo que más tarde exigió a Fernando Castro que le trajera un destornillador y que se llevó -como pueden imaginar- una bronca del quince). Kaoru Katayama sacó fotos de la situación del filósofo manejante. No obstante, para los que no pillen lo de la tijera, aquí va una pequeña aclaración visual:
Esto NO es una tijera.
Esto SÍ que son tijeras.
En otro orden de cosas. Supongo que lo que más tarde delató la ocupación de mi habitación fueron, debajo de la almohada y a medio comer, los trozos de salchichón (cortados Peñas Güertanas style, esto es, tomando la finura del ticket de comida como referencia). La caida -por volver al tema que nos ocupa- me costó toda la honra acumulada en calidad de capital sentimental a base de trabajitos y llamadas a través de walkytalkie de Sergio, escapadas al almacén alegando "llegadas de material para camerinos, ya sabes, los artistas me realizan pedidos especiales; contacta con tu superior". Esto último merece atención así que se la dedicaré. Eras las 7.30 de la tarde del segundo día. Mis chicas ya me habían hecho entrar alcohol en el recinto -todo ello de matute, como no puede ser de otro modo-. Sin embargo -terror- esta vez a la hora de pasar el control de seguridad me piden que habra la mochila, por favor, y ese por favor suena a reprimenda vía walkytalkie.
-"No, perdona, -rapidamente improviso mientras convenientemente señalo mi acreditación de "ARTISTA"- los Orbital. Ya sabes, me piden de camerinos, para los artistas. Han realizado un pedido especial. Normalmente realizamos este tipo de gestiones por los cauces habituales: a través de dirección, un encargo con voluntarios y demás medidas. En esta ocasión me ocupo personalmente. Como puedes comprender se trata de un envío de vital importancia. Me ocupo de tramitar la entrada y asegurarme que llega hasta ellos en buen estado. Si tienes algún problema comunicate con algún superior.
Varios minutos después, tras haber puesto cara de poker ante docenas de seguratas, jefes de seguridad, vigilantes, chef-voluntaries, etc, llega el susodicho de dirección.
-Hola, mira, soy Xxxxxxx Xxxxxx seguro que me vistes el otro día dandole la vuelta inaugural a los Franz Ferdinand. Le estaba aquí comentando a tu compañero...
-Nada, no te preocupes. Pasa, pasa, por favor.
Fue divertido emular a nuestro querido Tony Soprano por una semana. Como decía mi camiseta del segundo día de montaje: veni, vidi, vici. Todo fue realizado rápido, facil, sin misterio ni angustia. Hubo que sudar la marrana y estar un día entero cruzado de brazos, me dejé las rodillas en el asfalto, pero la gente quedo contenta. Y eso es lo más importante.
De todas maneras: ¡que me digan a mi que me vaya al cuarto de baño! A mí, que con Arrabal y nuestros bizarros soy el último tigre de vengala, el primer viceyoungcurator, el segundo voluntario master&comander, el quinto en no caber por la puerta del Igloo de Jorge Pineda y tener que hacerse huequecillo, el tercero en querer y no poder (por falta de tiempo) mojar los sobaos del desayuno en la leche de Samantha, el cuarto en mangar un cutter a altas horas de la noche, el sexto en mangar un nivel, el decimosegundo en entrar en un Carrefour antes de que éste estuviera abierto (8 de la mañana, un viernes): increible el síndrome del consumista melancólico que contempla sin poder comprar (en este caso no por falta de dinero, sino por ansia de anticipación y placer de contemplación); estamos hablando de gente que empuja carritos a través de polígonos y espera en sus puestos cual caballos de carreras la ansiada apertura de puertas al público, mientras yo buscaba un cargador de movil. En efecto: fui el decimo en no comprender (ni encontrar) la forma de rajarse un brazo, desde la muñeca al codo, tomando como arma blanca una (aparentemente hasta el momento) inofensiva caravana, el primero y único en subirse a una tijera escacharrada sin tener ni zorra ni siquiera del concepto de auto-movil (vía Playstation, por ejemplo), todo ello a altas horas de la noche y con un dominicano dandome instrucciones y suplicandome por un lado "Ernesto, por favor, yo no quisiera verte espachurrado contra el techo", mientras por otro me animaba "la verdad es que de conseguirlo, me habrías sorprendido: un filósofo manejando, más allá de la teoría (sic)"; como podeis comprender el trasto no arrancó ni pa trás (02.00 de la madrugada, los dos solos on da house, habiendonos dejado pasar un vigilante, yo subido allí arriba confundiendo constantemente el botón de arranque con la bocina sin encontrar la llave de contacto); la verdad es que también debía haber temido por mi vida, entonces y el día siguiente por la mañana cuando repetí la peripecia ante un nutrido grupo de voluntarios (digamos: 24) que yo mismo había llamado para aprendieran como se atravesaban las puertas con un cacharro de este calibre: atravesé, subí unos metros y bajé. Sergio me vió y rápidamente pidió una camisa de fuerza vía walkytalkie y un operario en condiciones (el mismo que más tarde exigió a Fernando Castro que le trajera un destornillador y que se llevó -como pueden imaginar- una bronca del quince). Kaoru Katayama sacó fotos de la situación del filósofo manejante. No obstante, para los que no pillen lo de la tijera, aquí va una pequeña aclaración visual:
Esto NO es una tijera.
Esto SÍ que son tijeras.
En otro orden de cosas. Supongo que lo que más tarde delató la ocupación de mi habitación fueron, debajo de la almohada y a medio comer, los trozos de salchichón (cortados Peñas Güertanas style, esto es, tomando la finura del ticket de comida como referencia). La caida -por volver al tema que nos ocupa- me costó toda la honra acumulada en calidad de capital sentimental a base de trabajitos y llamadas a través de walkytalkie de Sergio, escapadas al almacén alegando "llegadas de material para camerinos, ya sabes, los artistas me realizan pedidos especiales; contacta con tu superior". Esto último merece atención así que se la dedicaré. Eras las 7.30 de la tarde del segundo día. Mis chicas ya me habían hecho entrar alcohol en el recinto -todo ello de matute, como no puede ser de otro modo-. Sin embargo -terror- esta vez a la hora de pasar el control de seguridad me piden que habra la mochila, por favor, y ese por favor suena a reprimenda vía walkytalkie.
-"No, perdona, -rapidamente improviso mientras convenientemente señalo mi acreditación de "ARTISTA"- los Orbital. Ya sabes, me piden de camerinos, para los artistas. Han realizado un pedido especial. Normalmente realizamos este tipo de gestiones por los cauces habituales: a través de dirección, un encargo con voluntarios y demás medidas. En esta ocasión me ocupo personalmente. Como puedes comprender se trata de un envío de vital importancia. Me ocupo de tramitar la entrada y asegurarme que llega hasta ellos en buen estado. Si tienes algún problema comunicate con algún superior.
Varios minutos después, tras haber puesto cara de poker ante docenas de seguratas, jefes de seguridad, vigilantes, chef-voluntaries, etc, llega el susodicho de dirección.
-Hola, mira, soy Xxxxxxx Xxxxxx seguro que me vistes el otro día dandole la vuelta inaugural a los Franz Ferdinand. Le estaba aquí comentando a tu compañero...
-Nada, no te preocupes. Pasa, pasa, por favor.
Fue divertido emular a nuestro querido Tony Soprano por una semana. Como decía mi camiseta del segundo día de montaje: veni, vidi, vici. Todo fue realizado rápido, facil, sin misterio ni angustia. Hubo que sudar la marrana y estar un día entero cruzado de brazos, me dejé las rodillas en el asfalto, pero la gente quedo contenta. Y eso es lo más importante.
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