sábado, 29 de mayo de 2010

Han concedido el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2010 a Zygmunt Bauman y Alain Touraine. No sé si se puede decir, pero ahora no recuerdo haberme leído un libro entero de Touraine. Y el caso es que, a la vista de algunas de las entrevistas que circulan por ahí, me han dado ganas. Me pondré a ello.

A Bauman le conozco mucho más. Leí su «Modernidad y holocausto» cuando se tradujo (1997) y me gustó mucho. Bueno, la parte final no tanto (¿era necesario reivindicar, otra vez, a Hannah Arendt?, ¿era necesario?). Me temo que si ahora volviese a él perdería fuelle. No lo haré. También conozco varias de las cosas que tiene sobre postmodernidad y, aunque olfato no le falta, a veces toca de oídas. Y, sobre todo, sus últimos movimientos consistentes en emplear el apellido «líquido» para hablar de cualquier cosa (ya sea la modernidad, el amor, o «El Niño» Torres) me parecen un vulgar ejercicio de mercadotecnia.

Digo todo esto porque viendo el entusiasmo de alguno a la hora de celebrar el galardón parece que se lo hayan dado a un pensador que ha cambiado el destino de occidente. Y la verdad es que no.

A ver, que me alegro —creo—, pero, como rezaba el maravilloso comienzo de La colmena, «no perdamos la perspectiva».

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