martes, 5 de enero de 2010

El caso es que estoy de acuerdo con todas las premisas pero no con la conclusión. Pero ésta es injustificable argumentalmente (se trata de un juicio de gusto: «me llega / no me llega»). En «Casablanca» hay toda una ideología de fondo ―una ontología, una metafísica― recubierta de un halo sentimental más o menos eficaz (a mí me seduce, a otros miembros del equipo bizarro no). Esto es absolutamente cierto, pero creo que no es algo exclusivo de «Casablanca». Quiero decir que si nos cargamos la película de marras por la ideología que esconde, hemos de hacer lo mismo ―si queremos ser coherentes― con prácticamente toda la filmografía occidental. Yo, desde luego, no estoy dispuesto a hacerlo.

Sintetiza la pulsión mitológica y ritual que marca este prototipo encarnado en Casablanca a través de diálogos plagados de letanías como puñales o souvenirs (Yo también vi Casablanca, I (corazón) Casablanca), cuya proferencia repetitiva revela el miedo al Heimatlossigkeit y el deseo de pertenecer a una comunidad en el sentido ortodoxo del término. También cumplen, como ya he dicho, un papel muy importante los actores reconocibles no como personajes, sino como actores, esto es, la importancia de que Humphry Bogart se interprete única y exclusivamente a sí mismo. Hay un profundo deseo de tocar de nuevo lo ya vivido, escuchar unas palabras mágicas que aparentemente fueron el culmen de la sensibilidad “antigua”. En definitiva: tenemos un profundo e irrefrenable deseo de redescubrir el Mediterráneo, aquello que forma parte de erario público, de la historia del cine, ese sistema de herencia cultural del cual tiene derecho a participar todo hijo de vecina. (TAUN)

Muy cierto, amigo mío. Y muy bien expuesto. Pero de nuevo me temo que no es algo que afecte únicamente a «Casablanca», sino que resulta aplicable a películas que me consta le gustan. Desde luego hay no pocas ganas en nuestra cultura de espetar el consabido: «Yo estuve allí»; y coincido con usted en que hay toda una industria de la mitología en la que el espectador – consumidor acrítico ya posee una respuesta antes de la experiencia estética. La industria cultural nos dice que hay películas que son y deben ser míticas y ay del que ose decir lo contrario. Pero, vaya, a pesar del dispositivo circense que se monta alrededor, en ocasiones los clásicos… ¡resultan ser buenas películas!.

De todos modos me gustaría desviar un tanto el asunto hacia otro derrotero: la participación americana en la Segunda Guerra Mundial. ¿Es un hecho para lamentarse? Creo que si el amigo americano no hubiese venido a echarnos un cable a los europeos Hitler, Mussolini y compañía hubiesen dispuesto un chiringuito muy poco apetecible. Al menos para mí. Soy y seré el primero en criticar la política exterior norteamericana (sin salirnos de la Segunda Gran Guerra: lo que hicieron en Hiroshima y Nagasaki es, hasta la fecha, el mayor atentado terrorista jamás cometido), pero, demonios, no tengo nada malo que decir respecto a que los Estados Unidos decidiesen oponerse a las Potencias del Eje.

Otro asunto es que la hegemonía norteamericana en el mundo (y la consiguiente expansión del capitalismo) se cimentase, precisamente, a partir de 1945.

Pero la cuestión es: ¿hubiese sido mejor que no interviniesen?.

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