o
el amor del artista hacia su obra y la vida del artista como obra
o, mejor,
la voluntad de alienación.
-[…] ¡Escucha, te amo, te amo, no hay nada más que eso, es suficiente, te amo!
-No, no es en absoluto suficiente… No quiero irme contigo, no quiero ser feliz, quiero pintar.
-Y qué muera yo por ello, ¿no? ¡Y que te mueras tú, que acabemos los dos dejando en ello nuestra sangre y nuestras lágrimas! Sólo existe el arte, él es el todopoderoso, el dios terrible que nos fulmina y al que tú honras. Puede aniquilarnos, él es el amo y tú le darás las gracias.
Ella se irguió, en un nuevo ataque de ira. Su voz se volvió de nuevo dura y arrebatada.
-¡Pero yo estoy viva! Y las mujeres que tú amas están muertas… ¡Oh!, no digas que no, se perfectamente que son tus amantes. Antes de convertirme yo en la tuya, ya me di cuenta, sólo había que ver con qué mano acariciabas su desnudez, con que ojos las contemplabas a continuación, durante horas. ¿Eh? […]
-Me rechazas –concluyó ella con vehemencia—, retrocedes ante mí, por la noche, como si te repugnara, te vas a otra parte, y ¿para amar a quién? ¡A una nada, a una apariencia, un poco de polvo, el color en la tela!... Pero ¡mírala otra vez, mira a tu mujer de allí arriba! ¿Ves en qué monstruo la has convertido en tu locura? […]
Y él, en voz muy baja, balbucía:
-¡Oh, qué he hecho!... ¿Es, pues, imposible crear? ¿Es que no tienen nuestras manos el poder de crear seres?
Ella sintió que flaqueaba y le cogió entre sus brazos.
-Pero ¿por qué esas tonterías? ¿por qué otra cosa que yo, que te quiero?... Me tomaste como modelo, quisiste hacer copias de mi cuerpo. ¿Para qué?, ¡dime! ¿Acaso esas copias me hacen justicia? Son espantosas, rígidas y frías como cadáveres… Y yo te quiero, y quiero que seas mío. Hay que decírtelo todo, no lo entiendes, cuando ando a tu alrededor, cuando me ofrezco a posar para ti, cuando estoy aquí, rozándote, embebida de tu aliento. Es porque te quiero, ¿lo comprendes?, es porque estoy viva y te quiero… […]
-[…] Pero ¿puedo seguir viviendo si se me niega el trabajo? ¿Cómo vivir, tras eso, tras lo que está allí, lo que he estropeado hace un rato?
-Te amaré y vivirás.
-Ah, nunca me amarás lo bastante… Me conozco bien, haría falta una alegría que no existe, algo que me hiciera olvidarlo todo… Ya te has quedado sin fuerzas. No puedes hacer nada.
-Sí, sí, ya verás… Mira, te cogeré así, te besaré en los ojos, en la boca, en todas partes de tu cuerpo. Te daré calor contra mi pecho, enlazaré mis piernas con las tuyas, anudaré mis brazos a tu lomo, seré tu aliento, tu sangre, tu carne…
Aquella vez fue vencido, ardió con ella, se refugió en ella, hundiendo la cabeza entre sus senos, cubriéndola a su vez de besos.
-Pues bien, ¡sálvame, sí! ¡Tómame si no quieres que me mate!... E inventa la felicidad, hazme conocer algo que me retenga… Adorméceme, anúlame, que me convierta en tu cosa, lo bastante esclavo, lo bastante pequeño para albergarme bajo tus pies, en tus zapatillas… ¡Ah, descender hasta allí, no vivir más que para tu olor, obedecerte como un perro, comer, poseerte y dormir, si pudiera, si pudiera!
-No, no es en absoluto suficiente… No quiero irme contigo, no quiero ser feliz, quiero pintar.
-Y qué muera yo por ello, ¿no? ¡Y que te mueras tú, que acabemos los dos dejando en ello nuestra sangre y nuestras lágrimas! Sólo existe el arte, él es el todopoderoso, el dios terrible que nos fulmina y al que tú honras. Puede aniquilarnos, él es el amo y tú le darás las gracias.
Ella se irguió, en un nuevo ataque de ira. Su voz se volvió de nuevo dura y arrebatada.
-¡Pero yo estoy viva! Y las mujeres que tú amas están muertas… ¡Oh!, no digas que no, se perfectamente que son tus amantes. Antes de convertirme yo en la tuya, ya me di cuenta, sólo había que ver con qué mano acariciabas su desnudez, con que ojos las contemplabas a continuación, durante horas. ¿Eh? […]
-Me rechazas –concluyó ella con vehemencia—, retrocedes ante mí, por la noche, como si te repugnara, te vas a otra parte, y ¿para amar a quién? ¡A una nada, a una apariencia, un poco de polvo, el color en la tela!... Pero ¡mírala otra vez, mira a tu mujer de allí arriba! ¿Ves en qué monstruo la has convertido en tu locura? […]
Y él, en voz muy baja, balbucía:
-¡Oh, qué he hecho!... ¿Es, pues, imposible crear? ¿Es que no tienen nuestras manos el poder de crear seres?
Ella sintió que flaqueaba y le cogió entre sus brazos.
-Pero ¿por qué esas tonterías? ¿por qué otra cosa que yo, que te quiero?... Me tomaste como modelo, quisiste hacer copias de mi cuerpo. ¿Para qué?, ¡dime! ¿Acaso esas copias me hacen justicia? Son espantosas, rígidas y frías como cadáveres… Y yo te quiero, y quiero que seas mío. Hay que decírtelo todo, no lo entiendes, cuando ando a tu alrededor, cuando me ofrezco a posar para ti, cuando estoy aquí, rozándote, embebida de tu aliento. Es porque te quiero, ¿lo comprendes?, es porque estoy viva y te quiero… […]
-[…] Pero ¿puedo seguir viviendo si se me niega el trabajo? ¿Cómo vivir, tras eso, tras lo que está allí, lo que he estropeado hace un rato?
-Te amaré y vivirás.
-Ah, nunca me amarás lo bastante… Me conozco bien, haría falta una alegría que no existe, algo que me hiciera olvidarlo todo… Ya te has quedado sin fuerzas. No puedes hacer nada.
-Sí, sí, ya verás… Mira, te cogeré así, te besaré en los ojos, en la boca, en todas partes de tu cuerpo. Te daré calor contra mi pecho, enlazaré mis piernas con las tuyas, anudaré mis brazos a tu lomo, seré tu aliento, tu sangre, tu carne…
Aquella vez fue vencido, ardió con ella, se refugió en ella, hundiendo la cabeza entre sus senos, cubriéndola a su vez de besos.
-Pues bien, ¡sálvame, sí! ¡Tómame si no quieres que me mate!... E inventa la felicidad, hazme conocer algo que me retenga… Adorméceme, anúlame, que me convierta en tu cosa, lo bastante esclavo, lo bastante pequeño para albergarme bajo tus pies, en tus zapatillas… ¡Ah, descender hasta allí, no vivir más que para tu olor, obedecerte como un perro, comer, poseerte y dormir, si pudiera, si pudiera!
Émile Zola. La obra
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