domingo, 24 de enero de 2010
Todo a la contra. Aparentemente los locos abren el camino que los cuerdos seguiran. El libro a tres bandas, sin más, como siempre se hacen las cosas, extraños de nosotros mismos y deseosos de integrarnos en parte de cualquier cosa, por ser buenas, todas ellas buenas y si ocurren mejor. PSICOBÚNKER. Si la vida no es eterna, por qué tener miedo a dar lo mejor y pasar de gilipolleces. Hemos sido unos descuideros por los subterraneos, delicados con nuestro miembro ,dandole gusto siempre ,sintiéndonos enanos orgullosos de ser parte de la bolera. Enanos en el Bowling
El bowling, según muchos, es el deporte más salame que existe. También ha sido un recurso legítimo de ingreso para muchos apostadores y para algunos estafadores, o al menos así lo entiendió Mauricio Zagasti, el prodigio de Villa la Llave.
Mauricio Zagasti se inició en el boliche siendo adolescente, inducido por el azar y por la necesidad de dinero fácil. Pronto reveló una habilidad prodigiosa, pudiendo realizar tiros de triple curva o tiros que retrocedían y avanzaban como movidos por una mano invisible. No tardó en alzarse con cuanto premio regional existiese, imponiéndose sobre los grandes maestros del bowling. Le pronosticaron exitos y grandeza. Un joven con su habilidad, solo podía ser campeón de campeones en la adultez. Sin embargo al entrar en la mayoría de edad, sus tiros se hicieron toscos, aburridos. Se pensó que el despertar sexual lo había idiotizado. Luego, un inexplicable accidente, que le mutiló el índice, lo alejó de los de los circuitos nacionales.
Mauricio Zagasti pudo haber quedado en los anales de la historia del bowling sino fuera porque la biología metió la cola. Un secreto celosamente guardado nos orienta en el enigmoa de Mauricio Zagasti.
Resulta que Mauricio tenía un hermano, Roberto, uno de los enanos más enanos que se conocieron por estas tierras. Desde pequeño, Roberto, hallaba gran placer escondiéndose en los sitios más inverosímiles. A los dos años se ocultó por días en su mamadera, a los cuatro se metió tres horas en el ano de un compañerito de jardín, a los siete llamó 15 veces a recreo, escondido dentro de la campana de su escuela. Las travesuras de Roberto causaron terror y alegría entre sus familiares.
A los 11 años Roberto realizó un acto que cambió su vida: se ocultó en la funda de la bola de boliche de Don Julio Zagasti, su padre. La alegría familiar fue reemplazada por un plan macabro. Don Julio mandó a fabricar una bola hueca y obligó al pequeño Roberto a introducirse en ella. El crimen estaba en ciernes. Mauricio terminó de concretar la idea. Se anotó en un concurso de bowling barrial y se alzo con la medalla de oro. Roberto se escondía dentro de la bola y la manejaba con discretos golpes de hombros y ligeras patadas, para darle dirección.
En pocos años los hermanos criminales conocieron la fama y la fortuna. Nadie conocía la existencia de Roberto. El ingreso a la pubertad trajó el crecimiento de Roberto y las consecuentes dificultes para meterse en la bola hueca. Mandaron a construir una nueva, más grande, pero el tamaño
desmesurado de la misma provocó la descalificación en cuanto torneo se anotaron.
El fracaso volvió a Roberto un hombre sombrío. Oculto en la bola, mordía los dedos de su hermano, cuando los introducía en los orificios de la misma. Una mordida fatal le extirpó el índice a Mauricio. Más tarde perfeccionaron el plan: Roberto se introducía, la noche anterior, en la pista de bolos, disfrazado de pino y, en competencia, cuando la bola lo alcanzaba, saltaba y se sacudía hasta no dejar pino en pie. Este proyecto funcionó un tiempo, hasta que un golpe mortal hizo volar a Roberto, hasta caer de cabeza sobre la pista. Sufrió una quebradura de craneo que le trajo la inmediata muerte. La pista se lleno de sangre y todos hablaron por meses del milagro del pino sangrante. Hasta se habló de procesiones, que visitaban esa pista como un sitio sagrado.
El cadaver de Roberto nunca pudo ser recuperado.
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