
El mito del doctor Fausto es un arquetipo dentro del panorama literario universal. El pacto con el diablo a través de Mefistófeles constata la aspiración humana por alcanzar su inmortalidad y rebelarse contra su destino final: la muerte. En la obra, concluido el plazo de veinticuatro años estipulado en el pacto, el alma de Fausto pertenece a Lucifer y no alcanza el ansiado perdón divino. Final pesimista que difiere del poema «Fausto» de Goethe, donde a su conclusión Dios se compadece de aquel hombre que ha buscado el saber y la belleza, y consigue así la misericordia del cielo. Este tema del doctor Fausto se reitera en el novelista alemán Thomas Mann.
Un bello espectáculo teatral a tono con la acertada renovación del teatro Jovellanos. La adaptación de Laura Iglesias respeta con escrupulosidad el texto, las simplificaciones son mínimas y su dirección acomodada a la época actual, con el suficiente aderezo musical y de escenas grotescas que permiten que la continuidad dramática del texto de Marlowe resulte para el espectador un espectáculo atractivo. El sexo no es ningún tabú sobre la escena: orgías, tríos, relaciones heterosexuales y homosexuales. «Christopher Marlowe se inspiró para escribir su obra en un texto anónimo alemán que es mucho más explícito en materia sexual. Cuando teníamos alguna duda recurríamos a esta fuente. Por ejemplo, ahí se dejaba bien claro que Fausto y el diablo Mefistófeles mantienen en algún momento relaciones sexuales», dice la directora, a quien tras adaptar «Ricardo III», de Shakespeare, le picaba el gusanillo de volver a atreverse con un clásico del teatro isabelino. Las actuaciones de Rita Cofiño, Carlos Dávila y Alberto Rodríguez, memorables.
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