Tal vez sea el momento de retrotraer a sus orígenes ilustrados la crítica de la cultura en términos de entretenimiento, alienación y producción de nuevas y artificiales necesidades. Rousseau es nuestro hombre. Acabo de revisar una sugerente conferencia suya titulada "Sobre la cuestión propuesta por la misma Academia: Si el restablecimiento de las Ciencias y las Artes ha contribuido a depurar las costumbres". Como sabemos, el ginebrino concebía al ornato de los saberes apolíticos (artes y ciencias) como el correlato fenomenológico de una depravación de las costumbres patrióticas y piadosas que reinarían en un Estado funcional y alejado de la corrupción egoista, que por aquél entonces se expresava en los términos de una sociedad protocapitalista dirigida por una élite burocrática de hábitos depravados (véase el Marqués de Sade), cuyas bizarras pulsiones eran satisfechas a la sombra de la cortesía, la etiqueta y los buenos modales traidos por la Ilustración ("esa luz de la razón que da luz pero no calienta") . Descontextualizada de el contexto manifiestamente conservador en el que se inserta la crítica roussoniana, es necesario su recuperación como punto de apoyo para una teoría de la cultura comparativa que establezca relaciones entre aquél periodo "de la luz de la razón" y éste periodo nuestro "de la luz de los medios de comunicación". Como ya he dicho, se trata antetodo de hacer justicia a un gran pensador -posiblemente el jefe de todo esto (ya sabéis: romanticismo, individualismo, revolución burguesa y librepensamiento. La décadence, en definitiva)-; el primer paso a la hora de reestablecer la génesis de la teoría crítica-sociológica de la cultura. Os dejo una serie de fragmentos bastante sugerentes y una reflexión de MacIntyre al respecto.
“El espíritu, como el cuerpo, tiene sus necesidades. Éstas hacen los fundamentos de la sociedad, las otras hacen su atractivo. Mientras el gobierno y las leyes subvierten a la seguridad y al bienestar de los hombres congregados, las ciencias, las letras y las artes, menos despóticas y más poderosas quizá, extienden sus guirnaldas de flores sobre las cadenas de esa libertad original para la que parecen haber nacido, les hacen amar su esclavitud y así forman lo que se denomina pueblos civilizados. La necesidad alzó los tronos; las ciencias y las artes los han afirmado. Potencias de la Tierra, amad a los talentos y proteged a quienes los cultivan. Pueblos civilizados, cultivadlos: esclavos felices, los debéis ese gusto delicado y fino de los que os jactáis; esa dulzura de carácter y esa urbanidad de costumbres que entre vosotros vuelve el trato tan comunicativo y tan fácil; en una palabra, las apariencias de todas las virtudes sin tener ninguna.” (El subrayado es nuestro)
"Hoy que indagaciones más sutiles y un gusto más fino han reducido el arte de agradar a principios, reina en nuestras costumbres una viz y falaz uniformidad, y todos los espíritus parecen haber sido arrojados en un mismo molde; sin cesar la cortesía exige, la conveniencia ordena; sin cesar la cortesía exige, la conveniencia ordena; sin cesar se siguen los usos, nunca el genio propio. Nadie se atreve ya a parecer lo que no es; y en esta coacción perpetua, los hombres que forman ese rebaño llamado sociedad, puestos en las mismas circunstancias, harán todos las mismas cosas si motivos más poderosos no los apartan de ello. Por tanto, nunca se sabrá a ciencia cierta con quién tiene uno que habérselas"Jean-Jacques Rousseau. Sobre las ciencias y las artes
"La civilización produce continuamente nuevos deseos y necesidades, y esta nuevas metas son sobre todo adquisitivas ya que se relacionan con la propiedad y el poder. Los hombres se vuelven egoístas a través de la multiplicación de los intereses privados en una sociedad adquisitiva. La tarea del reformador social, por tanto, consiste en establecer instituciones en que la primitiva preocupación por las necesidades de los demás sea restablecida en la forma de una preocupación por el bien común. Los hombres tienen que aprender cómo en las comunidades avanzadas no pueden actuar como individuos particulares, como hombres, sino más bien como ciudadanos."Alasdair MacIntyre. Historia de la Ética
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