“Todo parecido con la realidad es pura coincidencia” como reza la archiconocida frase de apertura de tantos y tantos films holliwoodienses; lo que quiere decir que no podemos aplicar en el análisis de tales productos culturales los instrumentos críticos que conforman nuestro criterio acerca de la realidad. En Casablanca, según parece, nos encontramos en un ámbito de indiferencia hacia cualquier respecto histórico-ideológico-realista, a pesar de las connotaciones profundamente ideológicas que se deducen, no del contexto político o del uso, abuso y consumo posterior de la masa, sino de la Weltanschaung que implícitamente retransmite -dado que no se trata más que de la reproducción fílmica de un estereotipo profundamente arraigado. En Casablanca se nos presenta la vida y milagros del arquetipo occidental por antonomasia –tipo duro, inexpresivo, cínico, alcohólico, desapegado, estadounidense, lo tiene todo— quien sacrifica su vida privada (el amor de su vida) en favor de una causa pública aparentemente perdida e idealista (la lucha contra el nazismo y la opresión). Siguiendo mecanismos propios de la publicidad, como es el caso de la alienación sentimental, Casablanca ofrece tranquilidad a una conciencia desdichada, la estadounidense del comienzo de la Segunda Guerra Mundial que observaba la neutralidad de su país ante los hechos acontecidos entre el 39 y el 42. El verdadero contenido de Casablanca es la imagen individualizada en Humphrey Bogart de un Sacrificio y un Compromiso que no estaba produciendo; genera de este modo una propaganda subliminal acerca EEUU infiel respecto del verdadero papel adoptado ante la guerra. En un gesto de demagogia desmedida se atreven, incluso, a convertir al protagonista en un héroe por la causa republicana durante la Guerra Civil Española.
Nos encontramos en un periodo donde se produce una profusión de productos propagandísticos, el momento lo requería y Casablanca es uno de ellos. Sin embargo, todavía hay una gran diferencia entre películas magistrales como “October” [Oktyabr, Eisenstein: 1928] o “El Triunfo de la Voluntad” [Triumph des Willens, Riefenstahl: 1935] y la pantomima sentimentaloide de Casablanca. Dejando de lado la superioridad evidente en el plano estrictamente fílmico, en cuanto a planos, montaje, profundidad narrativa, etc, y entrando en el análisis estrictamente ideológico: las primeras se muestran como lo que realmente son, profundamente partidistas, comprometidas con una causa y un ideario político, su profundidad como propaganda ideológica no se remite a simular que no están funcionando los mecanismos de transmisión y convicción; no hay pretensión de inocencia. Por su parte Casablanca cifra toda su productividad propagandística en la capacidad de esconder tales mecanismos ideológicos bajo un hálito de sentimentalismo “distractivo” (de nuevo el entertainment holliwoodiense). La actitud cínica, el reino de la pasividad y la indiferencia política se encuentras solapados por la apariencia de inocencia que destila la trama y los personajes. Antes dije que Casablanca era un chiste pesado, ahora pienso que se trata de un burdo truco de magia que consiste en agitar con la mano izquierda el pañuelo del llanto y el crujir de dientes, mientras con la mano derecha –e, insisto, derecha— se introduce el conejo de barras y estrellas en el sombrero.
martes, 5 de enero de 2010
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