Chapuzas (a domicilio), cotilleos (por un tubo) y cataplasma (para uso tópico)
-anteriormente conocido como Contubernio Canibal-
martes, 5 de enero de 2010
Casablanca de nuevo (iii)
Pero regresemos a la verosimilitud sentimental y al reto inicial que promovió este texto: analizar Casablanca en términos estrictamente sensológicos. Para justificar esta actitud hay que aceptar un hecho: con Casablanca como emblema, el sistema holliwoodiense ha transformado la cultura en un espacio para el desarrollo de experiencias subjetivas sobre el cual no opera ningún criterio objetivo de consideración, más allá de consideraciones técnicas acerca del impacto psicológico de determinados mecanismos de producción y consumo sensológico, dado que la auto-conciencia ideológica y la fidelidad histórica son declinadas en favor del entretenimiento; esto es, la cultura entendida como distracción, lo que significa pasividad, ausencia de conciencia y consumismo. Así es y así lo aceptamos. [¿A quién le importa la fidelidad histórica? para eso están los documentales de Resnais y Lanzman. ¿A quién le importa la ideología política transmitida? para eso están los films de Eisenstein y Riefenstahl. “«Casablanca» no pretende ser un documental ni la ilustración de una verdad histórica. Nos habla del amor, la amistad y el compromiso. Y a mí me llega.”] Como digo, regresemos a un hilo que se dejó suelto: ¿por qué es Casablanca tan insoportable para la sensibilidad contemporanea? O, para no ofender a los numerosos seguidores del film que se ofrecerán ipso facto como contraejemplo del presupuesto implícito: ¿por qué es Casablanca tan insoportable para mi hermana? (Que conste que yo soy en parte capaz de percibir el atractivo retro que tiene el Rick’s). La mejor respuesta al respecto la encuentro en “La era del vacío” del Gilles Lipovetsky:
“El sentimentalismo ha sufrido el mismo destino que la muerte; resulta incómodo exhibir las pasiones, declarar ardientemente el amor, llorar, manifestar con demasiado énfasis los impulsos emocionales. Como en el caso de la muerte, el sentimentalismo resulta incómodo; se trata de permanecer digno en materia de afecto, es decir discreto. El “sentimentalismo prohibido”, lejos de designar un proceso anónimo de deshumanización, es un efecto del proceso de personalización que apunta a la erradicación de los signos rituales y ostentosos del sentimentalismo. El sentimiento debe llegar a su estado personalizado, eliminando los sintagmas fijos, la teatralidad melodramática, el kitsch convencional. El pudor sentimental está regido por un principio de economía y sobriedad, constitutivo del proceso de personalización. Por ello no es tanto la huida ante el sentimiento lo que caracteriza nuestra época como la huida ante los signos de sentimentalidad.”
Aunque, de nuevo, si nos quedamos en este análisis de este ámbito subjetivo de los “sentimientos despertados por el film” –que hay otros ámbitos y que son mucho más importantes, por no decir interesantes, creo haberlo demostrado ampliamente— todo este embrollo se puede solucionar de modo análogo pero contario a como lo ha hecho Heterodoxo: A mí no me llega.
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