Esta semana ha sido fabulosa, de fábula, en la que encuentro amigos/animalitos por el camino de cuyas palabras y actitud voy tomando lecciones, afecciones nuevas sólo sospechadas hasta el momento. Bizarros con los que comparto más de lo que cabe pensar.
Para colmo doy con Samantha Sweeting, que agrada o endulza, cuyo trabajo me interesa, del que aprendo de forma irremediable y que además he inspirado en esta ocasión. Practicamente sin comerlo ni beberlo he hecho de asistente y de amiga, por tiempo indefenido en el mejor de los casos.
A raíz de una historia que le conté, surge el título de su segunda performance en el festival sos. Cuando lo leí, me reí por un instante; después me fui al baño a llorar.
Estudiaba Derecho, después de un intento de traslado a Bellas Artes fallido, cuando conocí a J. que ha sido digamos esa historia de amor que te lleva de cabeza, y supone solo por pequeños micro segundos, una pequeña cruz a cuestas, algo que no cicatriza quizá por vicio, sentimentalismo o vaya usted a saber.
La relación fue caótica, indecisa, mal entendida, y con terceras partes. Sobrada de juventud, inexperiencia, y escepticismo. Me costó superar la ruptura, y que la historia vivida no me llevara en su corriente; encontré un jamón al que me agarré para poder salir a la orilla, y quedar descansando al margen del río y su corriente. Es el jamón entonces una especie de panacea certera, mi idilio subjetivo, aquello que se omite día a día, supone un interior común y a la vez sin propietario. Realicé una serie de fotografías, de una especie de performance, con la pata de jamón, en el jamonero, que consiguieron calmar mi ánimo. Aparecía con una gabardina, pelo mojado, por la lluvia típica de las películas antiguas, en blanco y negro, en la que se trata un amor maldito, y se despiden bajo la lluvia, al estilo casablanca. Así me despedí del jamón como si fuera él. En realidad sentía que estaba en una especie de exilio, al irse a vivir a otro país, algo que ya imaginaba cuando le conocí, por lo que hablabamos de planes de futuro, etc. Yo sigo aquí con el jamón.
La performance de Samantha, "Heartbreak & jamón", encantó a todos, salían relajados e ilusionados tras su encuentro, llevándose consigo sin duda una imagen preciosa, de aquella cena, con aquella dama dispuesta a escucharnos y a aliviarnos con su sola presencia. El protocolo que estableció era el siguiente: entrar de uno en uno, en su espacio dispuesto como una escena retratada en un cuadro de principios del S. XVIII, (una mesa con uva, manzanas, candelabro, jamón, chorizos) tenías que ofrecerle comida y bebida y contarle una historia de desengaño amoroso; el olor del jamón y la fruta lo impregnaba todo, ella vestida con un traje de época, pelo recogido y rostro encantador y apacible. Una experiencia que solo sería vivida por ella y por quien quisiera participar, sin cámaras ni registros ni más personas de por medio. Podías estar el tiempo que quisieras dentro, contando tu historia, en tu propio idioma no necesariamente en inglés. Ella asiente, y come de tu mano, realmente escucha, sabes que es real porque come, mastica y parece tragar.
Esa sensibilidad para situar al visitante de un espacio destinado al arte, en el centro de atención; más de uno habrá paseado por un museo mirando cuadros mientras divagaba o intentaba dejar de pensar en asuntos amorosos, o quizá haya recordado un antiguo amor fracasado o que echa de menos a alguien le produce un ligero pellizco en el abdomen, que poco parece importar a nadie, y en cambio podría ser tema de esas pinturas realizadas cientos de años antes que no puede evitar mirar con desprecio en algún momento o que tienen una función de vanitas para el espectador que se siente más muerto o rendido que cuando entró al espacio museístico o centro de arte, galería, etc.
No es el caso de "Heartbreak & jamón", desde luego. Parece que aquella dama y aquel espacio te hubieran estado esperando de siempre o como otras veces, cuando entras a dar inicio a la performance o a dejar que Samantha continúe con ella, tras haber estado con otro espectador o visitante o participante o amigo. Quizá Samantha se convierte en una especie de amiga ideal, confidente inigualable, amiga del alma. Los que participaron, quedaron satisfechos, y salían de la pequeña sala recordando lo que acababa de suceder, intentando retenerlo en su memoria, para más adelante, acordarse de esos momentos de desahogo y comprensión; también parecían imitar el gesto de Samantha, que se había convertido en su reflejo, y había ayudado en su silencio a la luz de las velas, a hablar de aquello de lo que no habían hablado, nunca con esa sinceridad, e incluso descubriendo, poniendo palabras nuevas a aquellos sentimientos nunca explorados con tanto detalle ni vistos con tanta claridad.
La comida dispuesta en la escena, su olor, anima a hablar, y al tratar de temas de desamor se le cierra a uno el apetito, y ofrecerle comida, a ella, que calla, es agradable; come por nosotros, y guarda nuestros secretos o historias que quisieramos olvidar por completo, aunque a ella también se le hace dificil tragar a veces, por la tristeza o seriedad del interlocutor, desconocido amigo entrañable.
Lo mejor, el toque de humor, de "Heartbreak (se puede traducir como desengaño) & jamón", una relación que por extraña que parezca se me hace comprensible de manera directa, por esta historia mía, en la que la pata de jamón me sirvió para proyectar determinados sentimientos, y expresarlos en silencio con un hambre insaciable y al tiempo ya saciado.
Por cierto, el jamón me lo ha regalado Sweeting, y lo usaré en un video que tenía planeado hacer, y que tiene que ver también de alguna manera con el desengaño amoroso, me viene caído del cielo.
Para colmo doy con Samantha Sweeting, que agrada o endulza, cuyo trabajo me interesa, del que aprendo de forma irremediable y que además he inspirado en esta ocasión. Practicamente sin comerlo ni beberlo he hecho de asistente y de amiga, por tiempo indefenido en el mejor de los casos.
A raíz de una historia que le conté, surge el título de su segunda performance en el festival sos. Cuando lo leí, me reí por un instante; después me fui al baño a llorar.
Estudiaba Derecho, después de un intento de traslado a Bellas Artes fallido, cuando conocí a J. que ha sido digamos esa historia de amor que te lleva de cabeza, y supone solo por pequeños micro segundos, una pequeña cruz a cuestas, algo que no cicatriza quizá por vicio, sentimentalismo o vaya usted a saber.
La relación fue caótica, indecisa, mal entendida, y con terceras partes. Sobrada de juventud, inexperiencia, y escepticismo. Me costó superar la ruptura, y que la historia vivida no me llevara en su corriente; encontré un jamón al que me agarré para poder salir a la orilla, y quedar descansando al margen del río y su corriente. Es el jamón entonces una especie de panacea certera, mi idilio subjetivo, aquello que se omite día a día, supone un interior común y a la vez sin propietario. Realicé una serie de fotografías, de una especie de performance, con la pata de jamón, en el jamonero, que consiguieron calmar mi ánimo. Aparecía con una gabardina, pelo mojado, por la lluvia típica de las películas antiguas, en blanco y negro, en la que se trata un amor maldito, y se despiden bajo la lluvia, al estilo casablanca. Así me despedí del jamón como si fuera él. En realidad sentía que estaba en una especie de exilio, al irse a vivir a otro país, algo que ya imaginaba cuando le conocí, por lo que hablabamos de planes de futuro, etc. Yo sigo aquí con el jamón.
La performance de Samantha, "Heartbreak & jamón", encantó a todos, salían relajados e ilusionados tras su encuentro, llevándose consigo sin duda una imagen preciosa, de aquella cena, con aquella dama dispuesta a escucharnos y a aliviarnos con su sola presencia. El protocolo que estableció era el siguiente: entrar de uno en uno, en su espacio dispuesto como una escena retratada en un cuadro de principios del S. XVIII, (una mesa con uva, manzanas, candelabro, jamón, chorizos) tenías que ofrecerle comida y bebida y contarle una historia de desengaño amoroso; el olor del jamón y la fruta lo impregnaba todo, ella vestida con un traje de época, pelo recogido y rostro encantador y apacible. Una experiencia que solo sería vivida por ella y por quien quisiera participar, sin cámaras ni registros ni más personas de por medio. Podías estar el tiempo que quisieras dentro, contando tu historia, en tu propio idioma no necesariamente en inglés. Ella asiente, y come de tu mano, realmente escucha, sabes que es real porque come, mastica y parece tragar.
Esa sensibilidad para situar al visitante de un espacio destinado al arte, en el centro de atención; más de uno habrá paseado por un museo mirando cuadros mientras divagaba o intentaba dejar de pensar en asuntos amorosos, o quizá haya recordado un antiguo amor fracasado o que echa de menos a alguien le produce un ligero pellizco en el abdomen, que poco parece importar a nadie, y en cambio podría ser tema de esas pinturas realizadas cientos de años antes que no puede evitar mirar con desprecio en algún momento o que tienen una función de vanitas para el espectador que se siente más muerto o rendido que cuando entró al espacio museístico o centro de arte, galería, etc.
No es el caso de "Heartbreak & jamón", desde luego. Parece que aquella dama y aquel espacio te hubieran estado esperando de siempre o como otras veces, cuando entras a dar inicio a la performance o a dejar que Samantha continúe con ella, tras haber estado con otro espectador o visitante o participante o amigo. Quizá Samantha se convierte en una especie de amiga ideal, confidente inigualable, amiga del alma. Los que participaron, quedaron satisfechos, y salían de la pequeña sala recordando lo que acababa de suceder, intentando retenerlo en su memoria, para más adelante, acordarse de esos momentos de desahogo y comprensión; también parecían imitar el gesto de Samantha, que se había convertido en su reflejo, y había ayudado en su silencio a la luz de las velas, a hablar de aquello de lo que no habían hablado, nunca con esa sinceridad, e incluso descubriendo, poniendo palabras nuevas a aquellos sentimientos nunca explorados con tanto detalle ni vistos con tanta claridad.
La comida dispuesta en la escena, su olor, anima a hablar, y al tratar de temas de desamor se le cierra a uno el apetito, y ofrecerle comida, a ella, que calla, es agradable; come por nosotros, y guarda nuestros secretos o historias que quisieramos olvidar por completo, aunque a ella también se le hace dificil tragar a veces, por la tristeza o seriedad del interlocutor, desconocido amigo entrañable.
Lo mejor, el toque de humor, de "Heartbreak (se puede traducir como desengaño) & jamón", una relación que por extraña que parezca se me hace comprensible de manera directa, por esta historia mía, en la que la pata de jamón me sirvió para proyectar determinados sentimientos, y expresarlos en silencio con un hambre insaciable y al tiempo ya saciado.
Por cierto, el jamón me lo ha regalado Sweeting, y lo usaré en un video que tenía planeado hacer, y que tiene que ver también de alguna manera con el desengaño amoroso, me viene caído del cielo.
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