El grado de sofisticación del mercado es tal que no hay artefacto cultural que se libre. Incluyo a dos películas que usted cita «October» [Oktyabr, Eisenstein: 1928] o «El Triunfo de la Voluntad» [Triumph des Willens, Riefenstahl:1935]; que, como bien sabe, en determinados círculos también tienen un carácter absolutamente fetichista y pueden ser ―y de hecho son― recibidas con el mismo espíritu adocenado de «esto-me-tiene-que-gustar-porque-es-un clásico» del que usted acusa a los entusiastas de «Casablanca».
Las posibilidades de recepción pasiva de un artefacto cultural (esto es, su idoneidad para convertirse en producto de consumo pasivo, alienante y acrítico) no descansan tanto en sus características específicas, cuanto en la potencia del sistema que los difunde y en la falta de criterio de quien lo experimenta.martes, 5 de enero de 2010
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