[No había visto Casablanca. Ahora que lo he hecho no creo que vuelva a repetir la experiencia. Os dejo aquí, ordenadas en sentido inverso, unas rápidas y enfurecidas notas acerca de lo que considero una de las mayores estafas mediáticas de todos los tiempos.]
Hay toda una parafernalia montada en torno al film Casablanca (Michael Curtiz, 1942), no exenta de mistificación, que ha calado profundamente en los corazones sentimentales de la crítica. Roger Ebert, quien en un momento de exaltación llegó a afirmar que se trataba de la mejor película de la historia, “por delante incluso de Citizane Kane (Orson Welles, 1941)”. Mientras que la película de Welles es “grandiosa”, continua Ebert, Casablanca es “adorable” (sic). La guinda de tamaña crítica, a todos ojos carente de objetividad, producto exclusivo de una sensología idealista, ingenua y soñadora dominante del psique contemporaneo, viene en el momento en que Ebert analiza la causa del éxito inigualable de la cinta, que según él, se debe a que “la gente en ella es muy buena”. Éstas declaraciones son tan sólo un ejemplo, no el más exaltado, del tipo de reflexiones teóricas que conforman el acerbo de elogios reportados a un film histórico y exitoso donde los haya –de eso, desgraciadamente, no cabe la menor duda- y que, no obstante, “desde un punto de vista estrictamente crítico [se trata] una película mediocre”, para decirlo con Umberto Eco.
A la falta de conciencia crítica, histórica y sociológica mostrada por la crítica del mundo entero, se suma el manifiesto gusto del Gran Público por las tramas románticas, aderezadas por un toque de ironía cínica, ingenio superficial y fraseología barata para la configuración del mito, prototipo fílmico cuyo sentimentalismo alienante y acrítico sólo es superado por una superficialidad dramática y una ignorancia histórica desbordantes, con una tendencia al éxito de consumo extensivo por parte de la masa, de todo lo cual es Casablanca es la encarnación paradigmática. Son perfectamente analizables los mecanismos por medio de los cuales alcanzan un éxito y sobrevaloración desmedidos, tamaños despropósitos culturales producto de un establishment taylorista de producción en cadena (guionista, director, realizador, montador) de una mercancía fast consuming. Por un lado se encuentra el bien medio reparto de grandes stars que asegura la satisfacción del espíritu cotilla del espectador, quien acude interesado por “ver como ha sido vestido/maquillado a su actor preferido”. Por otro, el recurso a personajes secundarios que relajan la tensión dramática central por medio de la introducción de cierto exotismo (el caso en Casablanca de una pseudo-hispana que, vestida de rociera, pretende cantar flamenco ¿en español?) o humor irónico. Si algo hay que reconocer a Casablanca es su capacidad de generar una hilaridad frívola de mandíbula desencajada. No se trata del esperpento o el teatro del absurdo que muestra la tragedia trágicamente irónica, sino de una cierta banalización que transmite un profundo sentimiento de cinismo y desapego.
Humphry Bogart se desdobla, por un lado, en un poeta enamorado en el más retórico y banal de sus significados, transmitido a través de frases ¿memorables? como Here's looking at you, kid o We'll always have Paris; por otro lado, sus expresiones cortantes, indiferentes, desapegadas, conforman la silueta del cínico perfecto: un cowboy experimentado que no espera ya nada de la vida, marcado por la inexpresividad y la impotencia respecto de sus sentimientos –recordemos que deja irse a la chica con el segundón-, ambiguo, con una doble moral, carente de ideología y que se enfrenta de modo ambiguo ante una situación radical como la guerra porque en realidad es totalmente indiferente a ella. Aunque, desde luego, nada supera a la hipocresía y cinismo destilados en el cierre de la cinta, donde el personaje de Bogart se une al hasta entonces reprobable capitán Louis Renault. Por medio de un traveling hacia atrás se abre el campo y se ve marchar a las siluetas de estos “dos héroes por segundos”. Uno de ellos es un capitán colaboracionista con el régimen nazi que anteriormente en el film había mandado cierto fusilamiento para luego comentar “no sabemos todavía si murió por suicidio o herido mientras huía”, cuyos únicos intereses son el capital y el sexo a cambio de permisos de viaje a los Estados Unidos, la viva imagen de la corrupción. El otro, un inexpresibo, impenetrable y melancólico cowboy, comprometido por la Resistencia avant la lettre, cuyos actos, no obstante, revelan una cierta actitud de superioridad, autocomplacencia, esto es, el símbolo de la indiferencia cívica ante los conflictos globales, la hipocresía moral y la falta de compromiso político. Unas palabras son pronunciadas y la unión se consuma: “Louis, creo que este es el principio de una gran amistad” (Louis, I think this is the beginning of a beautiful friendship). Los fans ya tienen su frase.
Muchos críticos alaban la capacidad sintética de un film que trata aparentemente de todos los temas universales: el conflicto amor-virtud, la guerra, el cinismo, el sacrificio… Sin embargo, esta profusión de temas entrecruzados se dirime en un tratamiento uniformemente superficial de todos ellos, con dos excepciones: el elogio de Estados Unidos, que alcanza con la escena de la pareja búlgara exiliada unas cotas planfletarias insoportables, y la trama amorosa, intocable por motivos de distribución, recepción y comercialización del film; y que será más tarde el motivo fundamental de su éxito. En última instancia se podría interpretar a Casablanca como la encarnación de una retaila de estereotipos que forman parte del ideario occidental, como son: el amor desgraciado como melancolía y reconstrucción del pasado, la corrupción como estrategia de supervivencia en situaciones límites, la contradicción virtud y felicidad, que es la contradicción entre la satisfacción de los deseos y el sacrificarse por el otro; la dominación y coacción de la libertad, la organización y autodefensa armada como deber de los individuos, el triunfo de la pureza en los valores de contención, el siervo fiel, el triángulo amoroso, la bella y la bestia, la mujer enigmática, el aventurero ambiguo y el borracho redimido.
Casablanca es, en todos los sentidos, un insulto a la conciencia histórica acerca de los hechos acontecidos durante la Segunda Guerra Mundial, un insulto a la inteligencia, lanzado desde el seno de la misma, bajo la forma de una propaganda cultural infiel a los hechos (suponiendo tal expresión no fuera un pleonasmo) De hecho, el filme se exhibió por primera vez en el Teatro Hollywood de Nueva York el 26 de noviembre de 1942, para coincidir con la invasión de las tropas aliadas de la costa norte de África y la captura de la ciudad de Casablanca.
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