domingo, 3 de enero de 2010

Casablanca. Hipocresía, sentimentalismo y alienación consumista (ii)

El verdadero McGuffin que articula la trama son unos documentos provenientes del gobierno de Vichy firmados por el general De Gaule que permiten viajar hasta Lisboa para más tarde exiliarse desde allí hasta EEUU, lo cual es un absurdo supino: el general De Gaule estaba en ese momento a la cabeza de la Francia Libre, esto es, se trataba del enemigo público número uno del gobierno de Vichy, condenado el 2 de Agosto de 1940 por traición in absentia. Por no mencionar la desvirtuación ilegítima de los hechos que supone mostrar a Lazlo, líder mundial de la Resistencia anti-nazi, quien según dice se acaba de escapar de un campo de concentración, paseándose tranquilamente de los oficiales del Tercer Reich, amparado por la neutralidad legal de un Estado, la Francia del norte de África, que, en última instancia, se hallaba subordinado a la potestad del Führer. Ante todos estos errores, el director responde sinceramente: “lo hago ir tan rápido que nadie se da cuenta”. De este modo, de manera veloz y superficial, es como se presenta la historia de la Segunda Guerra mundial en la cual se inserta la trama: por medio de clichés, prejuicios y prototipos, sobre las cuales bailan en el aire las destellantes frases que todo el mundo no para de repetir como ritual y talismán de la falta de conciencia histórica. Casablanca es una mancha indeleble en la historia del cine que no sólo no hace justicia a los hechos acontecidos, sino que toma la Resistencia ante el Imperio Alemán como mero pretexto/contexto propagandístico a partir del cual desplegar patetismo sentimental de una trama que es, a día de hoy, el paradigma de la alienación sentimental de la Historia en cuanto al panorama cultural se refiere. Todo ello en beneficio de la ignorancia de los hechos, la identificación catártica del espectador con lo sucedido en la pantalla y el olvido de quienes sí tuvieron motivos para llorar.

El objetivo de tal atentado: la exaltación de los valores patrióticos de Estados Unidos como tierra de las oportunidades, la libertad y la salvación, en contraposición a la crisis delirante de una Europa en guerra, y por otro lado la génesis del mito “el sacrificio americano”. Al final de la película se produce el gesto romántico mediante el cual parece “todos se han sacrificado por todos”, pero especialmente el estadounidense que ha dejado escapar a los miembros de la resistencia y con ellos a su amor. La falsedad implícita hacia la que apunta tal metáfora nunca quedará suficientemente señalada. No se produjo tal sacrificio por parte de EEUU, que se mantuvo neutral ante el conflicto hasta los acontecimientos de Pearl Harbour. Estamos hablando de un país donde la segregación racial en aquellos años era tal que al negro pianista del film, Sam, no le quedaría otra que seguir “tocándola de nuevo” eternamente, en un estado de semiservidumbre. Esta es la situación con la que se encontraría, retratada en palabras del cuatro veces campeón de los Juegos Olímpicos de 1936, Jesse Owens: “Cuando volví a mi país natal, después de todas las historias sobre Hitler, no pude viajar en la parte delantera del autobús. Volví a la puerta de atrás. No podía vivir donde quería. No fui invitado a estrechar la mano de Hitler, pero tampoco fui invitado a la Casa Blanca a dar la mano al Presidente.” Por otro lado, no se aclara a lo largo del film, cual es la relación que mantiene unidos a Rick y al viejo pianista, hasta tal punto que algunos críticos identifiquen en ella “un caso típico de la homosexualidad reprimida que subyace en la mayoría de las historias de aventura estadounidenses”. Tal vez ahora podamos percibir, a la luz de tales análisis, el profundo alcance freudiano de LA expresión "Tócala de nuevo, Sam".

En definitiva, hemos visto una película que es el colmo de la frivolidad cultural, muestra de la imposibilidad de recordar los hechos no edulcorados, muestra de la falta de compromiso por parte de un sistema de producción y consumo sensológico. También Martin Heidegger vió Casablanca: "Me pegué –declara- toda la película para oír la dichosa frase y, al final, tal frase no salió." Tal frase es la ya mentada “Play it again, Sam”, que, en caso de haberse pronunciado, haría referencia a “As times goes by”, la no menos famosa, sentimental y repetida canción. Su letra es el resumen de toda crítica al film: “Debes recordar esto/ un beso es sólo un beso, un suspiro es sólo un suspiro / Las cosas fundamentales suceden/ conforme pasa el tiempo.” Ese acontecimiento fundamental que sucede conforme pasa el tiempo es el olvido del que es hijo el film. Yo, visto lo visto, no pienso volverla a escuchar. Ya puestos, me quedo con una de las frases finales en boca de Humphry Bogart pronunciada, tal y como mandan los cánones del establishment, a veinte centímetros de la boca de la amada:

“Mira, pequeña, no voy a hacerme el noble. Pero no cuesta mucho ver los problemas de tres pequeñas personas no importan nada en este mundo loco.”

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