"El aula no es una máquina de moler carne, pero tampoco el paraíso del laizzes-faire. La autocomplacencia académica termina por quitar el ánimo y el entusiasmo del estudiante y el de uno mismo. Te lo diré así: la concepción y ejecución de una experiencia artística no se nutre jamás de bullying o mobbing alguno. Y, desde que soy estudiante, no he notado grandes cambios en un entorno cultural donde valen los clasismos y las descalificaciones personales del peor nivel. Entonces, para no devaluar mi compromiso utópico con el arte por el papelón que te acabo de señalar, decidí reivindicar el estudio de la creatividad artística como antídoto contra la pereza y el matonaje titiritero del academicismo".
Con estas palabras, el artista visual y académico del Departamento de Artes Visuales, Arturo Cariceo, explica las razones que lo llevaron a agrupar todas sus actividades docentes bajo el nombre Cátedra Domingo Sánchez Blanco, agregando que decidió dar forma a este sistema, que incluye sus actividades curriculares de pre y postgrado, "para explicitar que el tema no estará zanjado mientras no se aprecie y estudie la auténtica intensidad de los procesos de creación en las artes. Entonces, no es casualidad mi drástica decisión de crear una Cátedra con el nombre de un artista bizarro, un infatigable artista europeo que con exquisito sarcasmo desmantela todo lo que nuestra intelectualité local celebra".
Y es que Domingo Sánchez Blanco es un artista español contemporáneo cuya obra suele bordear los límites de la institución, desmontando el rol de artista en función del sistema de las artes en los países desarrollados, es decir, en su propio contexto. "Es necesario advertir que el discurso y producción artística de Sánchez Blanco es una operación crítica que desbarranca todo aquello que nosotros idealizamos del mundo del arte de los países del primer mundo", cuenta Arturo Cariceo, quien conoció la obra de este artista español gracias a Fernando Castro Flórez, curador de la muestra colectiva El Terremoto de Chile, que se exhibió en el marco de la Trienal de Chile a fines del año 2009.
"El encuentro fortuito con la obra de Domingo Sánchez Blanco, así como su trabajo colaborativo con Fernando Castro Flórez, planteó una serie de preocupaciones, hallazgos e intereses comunes, despertando la idea de explorar, formal y metodológicamente, las tensiones que hay entre tradición y experimentación. Fue interesante constatar la estupefacción de los estudiantes al dar cuenta, en la primera conferencia, sobre la obra de Domingo. Y es que, sin duda, el tipo de iniciativas promovidas por este artista salmantino y todo mi cuento con la obra invisible provoca cierto acojonamiento. No por nada, la cátedra hace propias la 'conferencia de los 100 kilómetros', las 'quinientas performances en un día' y las 'diez conferencias en media hora'", dice Arturo.
Por ello no es de extrañar que la Cátedra Domingo Sánchez Blanco tenga como objetivo transformarse en una instancia de reflexión abordando las problemáticas de las operaciones, materiales y lógicas tributarias de la creación artística, y cuyo desarrollo contempla la presentación y reflexión de proyectos por parte de los estudiantes; la participación de invitados a la discusión de los proyectos generados al interior de este curso; y la materialización de una experiencia-objeto-obra individual que responda a los procesos reflexivos ya mencionados.
"No discuto que esta iniciativa, en dicho formato académico, sea un temerario abordaje de incorrección política, pero lo hago porque estoy cansado y aborrezco una educación cooptada por una neurotización concentrada en rendir sólo un razonamiento instrumentalizado para fines socio-económicos", agrega Arturo Cariceo, consciente del recelo que podría despertar una actividad que agrupa bajo un mismo nombre a asignaturas que tienen distintos programas. Y aclara al respecto: "cada curso tiene sus propias actividades, pero, mediante la cátedra, entro en una dinámica que explicita mi resistencia a la ceguera de una educación neurotizada que considera, no siempre de manera explícita, que vivir y convivir con el deseo del arte es una completa pérdida de tiempo".
Uno asume que esta es una labor docente pero también un proyecto artístico.
"Es un proyecto artístico porque todo lo que pasa delante de mí es potencialmente una experiencia artística. Y, en ese sentido, la Cátedra Domingo Sánchez Blanco es una etapa de mi proceso artístico donde reflexiono acerca de lo que significa para un artista visual hacer docencia y donde asumo, junto a mis estudiantes, esa responsabilidad tan importante y delicada de ser artistas. Creo que lo interesante es que esta iniciativa, al estar enmarcada en una actividad académica, es un abordaje temerario con una dosis de incorrección política que es necesaria y que proviene de mi trabajo. Algo similar a lo que fue en su momento 'Experiencias sonoras desde la visualidad artística', donde hasta el nombre del curso incomodó a los puristas.
"Mis estudiantes están conscientes de que esto es parte del discurso de su profesor, que es un artista, uno que produce "obras invisibles" y que prescinde de fondarts, museos y galerías. Y saben que en mis cursos va a haber un mayor grado de experimentación, profundización y desarrollo de actividades que no existen en otros talleres. Pero también saben que promuevo un aprendizaje y una enseñanza del arte no sujeto a un normativismo".
"En mi opinión, nuestras escuelas de arte, públicas y privadas, de pregrado o postgrado, son pura y llanamente regresivas. Se justifican y promueven copiando las estrategias de cualquier multitienda tamizada de "rostros" que además de consolidar el imaginario local empalagoso y cursi, certifica lo patético de este fenómeno. Todo esto va asociado a procesos sociales, políticos y económicos que debemos desmontar poéticamente al interior del taller-aula universitario, un laboratorio donde la creación es equivalente a la investigación".
Isis Díaz López / publicado en www.artes.uchile.cl
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