viernes, 5 de febrero de 2010



Este restaurante japones se las ha ingeniado para combinar el juego de la grua caza-peluches y otros objetos bizarros por una pecera con langostas, habra que probar suerte, a la siguiente amiga de bizarro 2.0 le ha tocado el premio gordo.



Que el gallego marisqueaba desde los días prehistóricos, se sabe por los concheiros, los montones de conchas que se encontraron, y encuentran, desde Bares a las islas Cíes. Aquel antepasado nuestro, del que quizá no llevemos mucha sangre en las venas, pero tenemos en común ese lazo de parentesco no muy bien estudiado, que está formado, en parte, por el hombre como sujeto pirandelliano, entrando en la escena y saliendo él mismo y a la vez diferente, en parte por vivir una misma tierra, bajo un mismo cielo y nubes, al abrigo de los mismos valles y en las mismas riberas, orilla de los mismos ríos, parentesco por el paisaje, del que ya entrevió secretos el francés Gaston Bachelard; digo que aquel antepasado nuestro que hacía los concheiros, los kjiokenmöddings de los prehistoriadores, sería uno de los primeros hombres del mundo que osó comer lo que tenía dentro un monstruo de poderosas pinzas agresoras como una gran centolla, o un bogavante que levanta la cabeza, vikingo oteador vestido de azul. En los concheiros hay conchas de ostras, de almejas, de vieiras, de croques, restos de caparazones y de grandes patas de centollas o de bueyes de mar. Nuestro antepasado marisqueaba.

Álvaro Cunqueiro, Cocina gallega, Madrid: editorial Everest, 1982, p. 35.

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