martes, 23 de febrero de 2010

CAPA BLANCA




José Raúl Capablanca fue un mito en el mundo del ajedrez universal. Está considerado por unanimidad el mejor jugador cubano de ajedrez de todos los tiempos y uno de los mejores del mundo. Fue el Tercer Campeón del Mundo entre 1921 y 1927 tras derrotar a Lasker en La Habana. Según especialistas se calcula que el ELO promedio de Capablanca, como se le conoce en el mundo deportivo, hubiera sido de 2877 puntos en 1921 aproximadamente; algo verdaderamente fuera de serie.



Nació en La Habana el 19 de noviembre de 1888. Por su genialidad prematura se le apodó “el Mozart del ajedrez” y por la fama de invencibilidad en sus mejores años se le llamó “la máquina del ajedrez”. Al decir de sus propias palabras “Mi sistema personal de juego es fundamentalmente sencillo. Juego con prudencia y no busco riesgos innecesarios. Pienso que la audacia está en contradicción directa con el principio del ajedrez, que no es juego de suerte, sino de capacidad”. Murió en New York el 8 de marzo de 1942 a los cincuenta y tres años, a consecuencia de un ataque cardíaco que sufrió en el Club de Ajedrez de Manhattan. Su sepultura se encuentra ubicada en el cementerio Colón en La Habana.

Mucho podemos decir sobre lo que representó y significa, aún hoy, Capablanca para el ajedrez mundial, pero mejor veamos lo que dijeron grandes maestros del juego ciencia.

He conocido a muchos jugadores de ajedrez, pero entre ellos sólo un genio, ¡Capablanca! Su ideal era ganar mediante maniobras. El genio de Capablanca se revela en su capacidad de poner a prueba los puntos débiles del oponente. La menor debilidad no puede escapar a su certera mirada (Emanuel Lasker)

Capablanca se encuentra entre los jugadores más grandes, pero no sólo por su habilidad en el final. Su truco consistía en jugar aperturas lo más simples posibles, y entonces jugaba con tal brillantez en el medio juego que la partida quedaba decidida -aunque su oponente no siempre lo supiera-, antes de llegar al final. (Fischer)

Capablanca no conocía apenas la teoría y vivía -al menos la existencia cotidiana- fuera del ajedrez. Casi no hacía nada y trabajaba mucho menos que otros jugadores, lo que no le impidió ganar los torneos y encuentros más importantes, manteniéndose invicto durante años (de todos los campeones fue el que menos partidas perdió). ¿No es ésta una indicación de talento ilimitado, de indudable genio ajedrecístico? (Kasparov)

Desde su sepulcro Capablanca siguió y sigue levantando curiosidades, comentarios y asombros a más de un visitante. Lo primero que llama la atención en la sepultura de este genio del ajedrez –hecha en mármol blanco pulido- es que, a diferencia de la inmensa mayoría de las tumbas del cementerio Colón, en Ciudad de La Habana, la sepultura de Capablanca no refleja cruz o ángel alguno, sino una inmensa figura estilizada en blanco puro. Y no debía, ni podía ser otra que su propia imagen: una pieza de ajedrez, pero no cualquiera, sino precisamente un Rey, esa que habla por si solo de su grandeza. Un rey imponente y majestuoso se yergue entre el resto de las tumbas del cementerio. Tal parece dispuesto a moverse álgidamente por sobre el resto de las lápidas y emprender vuelo eterno para sentarse perennemente junto a su querido tablero de ajedrez.



Sitio solemne al que han acudido los más grandes maestros del ajedrez mundial, el Cementerio Colón en Ciudad de La Habana es un lugar admirable por sus valores patrimoniales y arquitectónicos. Y allí, dentro de todo el eclecticismo típico de la arquitectura cubana, puede visitarse la tumba de José Raúl Capablanca y admirar al rey eterno del ajedrez universal.

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