lunes, 8 de febrero de 2010

virrey chino



El trabajo de Tsang es reivindicativo: sostenía que, estudiando su árbol genealógico, había descubierto que Kowloon –un área de Hong Kong– pertenecía a su familia, de manera que él era el heredero y legítimo rey de Kowloon. Esa afirmación –por supuesto nunca probada– acompañada de los nombres de sus ancestros y alguna otra frase ocasional es la letanía que Tsang escribió incansablemente desde la edad de treinta y cinco años, a mediados de la década de los cincuenta, hasta comienzos de la presente década.

Durante todos esos años Tsang mantuvo su presencia a lo largo y ancho de Hong Kong. Trabajando a la luz del día, volviendo a escribir en cuanto sus escritos eran borrados, la obsesión de Tsang le convirtió en una leyenda local. Aunque la policía prefirió casi siempre ignorarle, su familia le repudió por ser una molestia pública, y su mujer acabó abandonándole. En los noventa influyó a la joven y pujante comunidad artística de la ciudad, que le reivindicó como artista outsider y símbolo de Hong Kong.

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