sábado, 2 de febrero de 2013

‘cambiando lo que se deba cambiar’




Su rostro caía abruptamente, y donde debiera estar el hueso de la mandíbula, sólo había un pequeño botón. No sabíamos bien si era una deformidad o no. Se apresuraba la nueva manhana y esa sensación de magia había desaparecido. El pantalón había encogido drásticamente, la corbata me apretaba y no podía deshacerme de esa melodia odiosa que traspasaba mis oidos incesantemente. El cojo de las manifestaciones se habíá fumado el último petardo y la cerveza se habíá calentado llegando a la temperatura del meado. Y es que tu ¡ni siquiera tienes pito! ¡Tú meas por la oreja! Desplegábamos nuestras líneas, enviábamos una avanzadilla de exploradores y comenzábamos a arrastrarnos entre la maleza. Yo podía divisar al coronel Sussex sobre la colina con su cuaderno. Éramos los Azules contra los Verdes. Cada uno de nosotros teníamos una tira de tejido coloreado atado a nuestro brazo derecho. Nosotros éramos los Azules. Arrastrarse entre los arbustos era un puro infierno. Hacía calor. Había insectos, polvo, piedras y espinas. Yo no sabía ni dónde estaba. Nuestro jefe de escuadrón, Kozak, se había desvanecido. No teníamos comunicaciones. Estábamos jodidos. Nuestras madres iban a ser violadas. Seguí arrastrándome hacia adelante, despellejándome y arañándome, sintiéndome perdido y asustado, pero sobre todo sintiéndome como un tonto. Toda esa tierra vacía y ese cielo despejado, colinas, arroyos, acres y acres. ¿Quién era el dueño de todo eso? Posiblemente el padre de uno de esos chicos ricos. No íbamos a capturar nada. Todo el lugar estaba alquilado al Instituto. NO FUMAR. Repté hacia adelante. No teníamos cobertura aérea, ni tanques, nada.

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