domingo, 24 de febrero de 2013

aire volador en el botijo besucón





Se acercaba la noche. Vi el cielo, algunas estrellas y un poco de verdor. Esta primera sensación constituyó un momento delicioso. Sólo de esa manera me sentía aún. En ese instante nacía a la vida y parecíame que con mi leve existencia llenaba todos los objetos que veía. Todo entero, en aquel momento no me acordaba de nada; no tenía ninguna noción distintiva de mi individualidad ni la menor idea de lo que acababa de ocurrirme; no sabía quién era ni dónde estaba; no sentía dolor, ni temor ni inquietud. Veía manar mi sangre
como hubiera visto correr un arroyo, sin ni siquiera pensar que aquella sangre me perteneciera en forma alguna. Sentía en todo mi ser una calma hechizante frente a la que, cada vez que la recuerdo, no encuentro nada comparable en toda la actividad de los placeres conocidos.


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