sábado, 23 de febrero de 2013

HISTORIAS DE AMOR

Augustine, mon amour

Siguiendo con la serie de locas de la historia que nunca seré, pero como las que podría terminar, hoy le toca el turno a mi querida, adorada y anunciada Augustine. Augustine no tiene apellidos, a veces ni tiene nombre, porque debajo de su imagen sólo aparece una X. Pero Augustine fue la estrella del hospital psiquiátrico más famoso del siglo XIX, el hospital de enfermedades mentales de la Salpêtriere. Ingresó con quince años acusando una parálisis del brazo y se convirtió en la musa de Charcot, un psiquiatra de fines de siglo pasado que dedicó toda su vida investigar la histeria, o más bien a inventársela. Charcot fue el maestro de Freud, y aunque nadie se acuerde de él, aprovecho para darles un consejo: cuando alguien diga que Freud revolucionó la psiquiatría del siglo XX está mintiendo. La psiquiatría del siglo XX  la revolucionó el siglo XIX, como todo en esta vida.


Pero volvamos a Augustine y a Charcot. La histeria, enfermedad decimonónica por excelencia, era un acto de teatralidad que a Charcot le vino divinamente para sus lecciones de los martes. En ellas sacaba sus enfermas más representativas y les provocaba ataques cuya escenificación era más que sospechosa, además de muy recurrente. Iconografía religiosa, poses de reinas de teatros... el agradecido cuerpo de las histéricas se ajusta a todo lo que pidan. Entre el elenco de enfermas más exhibidas figuraba como reina indiscutible Augustine, alumna aventajada que podía llegar a ¿sufrir? decenas de ataques en un solo día. Lolita adolescente que tenía obsesionado a Charcot, llegando a preguntarse algunos historiadores de la medicina si el médico terminó enamorado de la paciente. Claro está que, en general, algunos historiadores de la medicina deberían comerse sin aliñar las obras completas de Foucault para empezar a decir cosas interesantes. Es bastante sencillo: la mirada médica vigila. La mirada que vigila también desea. Por eso son tan bellas. Y ahí queda todo. Charcot usaba a Augustine para escribir la histeria, Augustine, amén de drogada, sujeta y maltratada, cumplía con lo que pedía su médico y de este modo evitaba la reclusión en el pabellón de las incurables. A la enferma se le recompensó por su conducta de alumna ejemplar ofreciéndole algunas ventajas, tal y como demuestran algunas fotos en las que viste el uniforme de las asistentes.


La mirada médica del XIX sueña con el control total de los cuerpo femeninos: sea en forma de hermosos cadáveres, como comentaba hace unas semanas, de autómatas, de histéricas o de actrices. Obviamente, la cosa les salió mal por diversos lados: los cadáveres se pueden convertir en zombis, la maquina autómata se rebela y la actriz termina arruinando a todos sus amantes. En cuanto a la histérica, no deja de ser significativo que Augustine acabara fugándose del hospital vestida de hombre. Según narran sus médicos, hubo un primer intento fallido que finalmente tuvo éxito a los pocos días. Que se escapara de la Salpêtrière vestida de hombre y que no se la vuelva a mencionar demuestra una vez más como algunos textos médicos son infinitamente más literarios que muchas novelas plomizas. ¡Ay Augustine! No habrá otra celebrity frenopática como lo fuiste tú.


Nota: las imágenes están sacadas de la Iconographie photographique de la Salpêtrière. Debo amor eterno a los artífices de su digitalización. Casi toda la información relatada está extraída del libro de Didi-Huberman, La invención de la histeria: Charcot y la iconografía fotográfica de la Salpêtrière, de feliz y reciente traducción en Cátedra. 

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