domingo, 3 de abril de 2011

CURSE OF THE UNDEAD

A los artistas chilenos les incomodan los equívocos poéticos. Resulta interesante leer el puntapié inicial de Gombrich en su superventas Historia del Arte: “No existe, realmente, el Arte. Tan sólo hay Artistas”. Sobre todo cuando descubres al llegar al postscript, de lo que es el vigésimo octavo capítulo del libro (después de la undécima edición), cómo se desdice afirmando que en realidad lo que quiso decir fue que “la palabra arte ha significado cosas distintas en épocas distintas”.

Al final del libro, la kunstwissenschaft de don Ernst Hans supongo que se fragilizó, dado los enjuiciamientos a las condiciones de enunciación y exhibición realizados por los ready made de Duchamp, por un lado, y la Erweiterter Kunstbegriff de Beuys, por otro. En resumidas cuentas, el desmembramiento de la propia modernidad. Algo que los Quebrantahuesos, a su manera, también sacaban en cara. Algo que Lihn, Parra y Jorodowsky sabían que se llevaba cociendo su tiempo. Altazor mediante.

El presenciar el progresivo desinterés de estos poetas por la profesionalización artística tendría algo que ver con las ampulosas naderías de los académicos expertos y los cada vez más lánguidos y desoladores artistas emergentes ansiosos de ser etiquetados bajo nombres vanguardistas nada desdeñables: Rectángulo, Signo. Y antes, Montparnasse. Y después, Colectivo de Acciones de Arte, CADA.

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