Realmente, por mucho que admire los logros artísticos anotados por Enrique Lihn, Nicanor Parra y Alejandro Jorodowsky a mediados del siglo pasado, por la forma en cómo le aflojaron los dientes a la desesperada profesionalización de los artistas chilenos -preocupados de su apariencia internacional para estar al día- de momento, no creo que el arte contemporáneo local quiera dejar ver algún vínculo o deuda alguna con ellos. No les conviene. No por nada, el Arte llegó a lugares de origen modesto y con escaso capital cultural, como Chile, para quedarse a la manera de un spaghetti western.
Resulta inverosímil, o al menos, muy difícil de admitir esta metáfora extravagante pero también lo que intento alegorizar, bajo una consideración retrospectiva, es que no sólo los tres primeros directores de la Academia de Pintura (Cicarelli, Kirbach y Mochi) llegaron a Chile de la misma manera que Django lo hizo: arrastrando el propio ataúd por un pueblo donde los terremotos y el fango reinan.
Conviene recordar que las puestas en escena de los artistas viajeros habitualmente disfrutaron de los estereotipos artísticos en lugares similares, lugares que no cita nadie. Sin desconocer que estamos llenos de pequeños e inofensivos spoilers, sabemos cómo termina la historia en este lugar. No es casualidad, a propósito, que el corpus de los spaghetti-westerns sea el de un pseudo-western. Y lo que nos une al resto de Latinoamérica no es el rechazo anticonformista por el colonialismo como si estuviéramos pintando L’Atelier du peintre, allégorie réelle déterminant une phase de sept années de ma vie artistique sino venir catapultados bajo la égida del 18 de Brumario.
Pero leído como si dijera The Fearless Vampire Killers, or: Pardon Me, But Your Teeth Are In My Neck , otorgando a la región un alma paródica propia del subgénero de los vampiros, que sabiamente será utilizada por los artistas de los socialismos estatales y las democracias capitalistas. El asunto es que, mientras la Guerra Fría y las Dictaduras latinoamericanas pasaban de moda, el arte chileno siguió siendo consecuente con su desmadrado formato de spaghetti-western de vampiros. Algo digno de William Beaudine o Edward Dein.
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