martes, 18 de enero de 2011
hemos "devorado" el tercer y cuarto episodio de "Walking Dead". Sigo viendo la serie como una alegoría del final del capitalismo financiero burbujeante. Los zombis son incapaces de vivir en otros sitio que en la intemperie, por lo que parece odian toda clase de arquitectura y vandalizan lo que pueden y más. Salvo los jubilados y los hispanos, destrozan, mutilan y mordisquean todo lo que se cruza en su cansino paso. Mientras nos tragábamos el manjar televisivo descompuesto nos hemos endosado de propia anuncios varios, incluso del McDonalds. ¿Quien tiene la increible idea de poner carne picada en medio de una serie de carne putrefacta? Incluso salía un anuncio de fabada Litoral y bollicaos. La cosa era de traca, para seguir el régimen de adelgazamiento con más moral. Otra cosa interesante es que los zombis son incapaces de circular en vertical, la horizontal es lo suyo, un ir y venir incansable aunque torpísimo. Parece, una calle con un tanque atrancado y unos callejones con cierre de malla metálica que parecen fronteras inexpugnables, como si se estuviera haciendo el casting infinito para el remake de "Thriller". Lo malo es que en cuarto episodio los zombis penetran con nocturnidad y alevosía en un territorio que parecía ajeno a sus "esencia": la noche y el campo. Tal vez les atraía una roulotte de colores anodinos. O puede que quisieran citar, así como de pasada, el precedente cinéfilo de "La noche de los muertos vivientes" de George A. Romero. Lo dicho, con el estómago perjudicado, y la mente calenturienta, desde la oscuridad madrileña, con la certeza de que por ahí merodean sujetos putrefactos, lanzo un saludo fraternal antes del S.O.S.
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