martes, 6 de julio de 2010

he leído una anécdota que viene al caso. Hacían un homenaje a Merleau-Ponty recién fallecido en presencia de su viuda y demás deudos. Aula magna en París. El panegirista no era otro que Althusser que ya estaba del ala. Recordó, con desgana, algunos méritos y de pronto comenzó a lanzar la retahila de defectos que iba acrecentando. Como final de traca imitó el acento sureño del fenomenólogo. La gente agarró un mosqueo de órdago. No es algo inusual: el homenaje convertido en sarcasmo, el lameculos de turno perdiendo los papeles. O, para ser más preciso, el estricto profesional del halago enunciando la cruda y secreta verdad: odiaba al maestro, no podía soportar su sombra, deseaba verle reducirse a cenizas. Menos mal que, como decía Duchamp, por otra parte son siempre los otros los que se mueren.

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