domingo, 6 de junio de 2010

sin ninguna vocación para la tarea del performer he hice el el vuelo México DF-Frankfurt uno de los memorables. Llegué, con el tiempo pegado al culo, por culpa del atasco, al aeropuerto. Pedí, como es lógico, dado mi volumen, un asiento de pasillo y entonces me dijeron que ya era imposible que el vuelo estaba lleno y que tenía que ir "en uno de enmedio". Nada más sentarme el drama: un tio tan grande como yo a mi izquiera y un alemanote calvo a la derecha. Infernal. La de adelante reclinó el asiento y ya me daban calambres y mareos. Así tenía que estar once funestar horas. No me andé con vueltas: nada más apagar la luz de "fasten seat belt" (con tantas resonancias para mí) me levanté y, con el libro "EROS" de Eloy Fernández Porta, me encerré en un water. Como el lavabo zumbaba de forma horrenda lo atranqué con papel. Me soné los mocos unas cuarenta veces y me senté sobre la tapa del excusado. Allí por lo menos podía estirar un poco las piernas. Hasta Frankfurt encriptado, en plan "Ángel exterminador" o, para ser más preciso, como "El quimérico inquilino" de Topor. Ni comí ni bebí. Podría seguir allí hasta la eternidad en un permanente ir y venir desde Alemania hata el país del picante. Al salir me miró un azafata con más odio que extrañeza. Tenía en la mesita que correspondía a mi asiento la bandeja de la cena y la del desayuno. En aquellas horas habían dejado un tufo espantoso. Mi vecino alemán hizo el gesto de que me lo comiera como si estuviera bien jodido por haberle abandonado. Casi me vuelvo a mi water, a la madriguera kafkiana primordial, para sentir allí el aterrizaje. No tenía cámara, como suele ser habitual en mí, pero de verdad este (para)performance(íntimo) creo que puede ingresar, con todos los honores, en el academia-del-freakismo-estético. Así sea.

No hay comentarios:

Publicar un comentario