martes, 22 de junio de 2010

El fuego, el futbol


 
Sobre una experiencia regeneradora: del fuego y lo que queda por venir.

Fuego, camina conmigo
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David Lynch

En el fuego de lo que fue arde lo que será.
Loius Aragon


Vivimos de metáforas al tiempo que nos empeñamos en prolongarlo todo. Somos, lo sabemos, patéticos. Lo que nos ofrece la vida lo vemos pasar, sin reaccionar casi nunca, otras veces nos abalanzamos como bulímicos sobre las cosas que deseamos, no tenemos control. Sin duda, el deseo es la mejor de las drogas. Es ese calor que se escapa de los cuerpos y de los hogares el que me inquieta, ese temor a perder, a perderse, sin opción de vuelta atrás.

Es de todas las maneras la vida un fragmento de lo que podría ser una novela inacabada, renglones de algo que, acaso, podría pasar. Las cosas son como son y no hay más. Resistimos como pocos, esto solo consiste en una cosa, aguantar. Es la dinámica del antihéroe, cada vez que me golpeen, me levantaré para que me den otra, estoy cansado de llevarlas. Pero aguanto, duelen menos cuando no se está solo. Uno está sólo cuando no quiere, existen unos pocos que forman parte de tu tribu. Y con esos vas a muerte.

El imaginario social público es algo verdaderamente inquietante, los actores aparecen como setas, saltan de aquí allá sin guión ni criterio, sin moral, los payasos aumentan en número: son ya legión, nos rodean. Muchos, casi todos, van a quedar en el camino y, mientras tanto, la estructura propia resiste, nos hacemos cada vez más fuertes, practicamos, como los antiguos romanos, la tortuga. No conozco a nadie más, mis amigos son los que son, el resto son conocidos. Cuando uno lo logra, lo logramos todos. Esa es la diferencia.

¿Que hay aquí? Un discurso irónico que reflexiona sobre el carácter mitificador que adquiere el juego en la sociedad globalizada. Abordando el carácter contradictorio que induce en la producción del deseo del sujeto, atrapado en el esfuerzo de realización de una identidad –espectacular- asumida como propia. Realidad y simulación al mismo tiempo.

Una vez tuve un sueño en el que se jugaba un partido de fútbol, y la pelota ardía, mientras todos jugaban contra todos, el mundo de las ideas es intangible. Es la anámnesis, el recuerdo de lo que aún no fue. Todos quieren quitársela de encima, nadie la aguanta más de dos segundos en los pies porque quema, ¿te parece poca razón? Echamos balones fuera constantemente.
Jugar, jugamos, aunque el fin del juego esté por llegar. Mientras tanto arriesgaremos, no nos queda otra, y jugamos porque nos da la gana.

Los medios de comunicación nos dicen que lo espectacular es importante, uno de los pilares fundamentales de la sociedad y esta idea se apoya en las carencias y necesidades de todos, responde a dos ausencias parecidas pero distintas:

Una es la necesidad de encontrar nuevos héroes que alimenten nuestras pesadillas de mediocridad. Por otro lado, la pulsión de vivir a través de otros la imposibilidad de una vida que no deja de ser vulgar, nada especial, simple, como la de todo dios.

No hay acciones entre los pueblos que no sean un partido eterno, un tomar y dar en el que nunca se llega ni a los penaltis ni a la prórroga, siempre pierden los mismos, aunque el partido sea infinito, prometeico. El partido es el conflicto interno, pero también el de los países, el día a día, la vida en una pantalla a las tres  en cualquier cadena.

Es el deseo de arder, insistir en la llama, como uno insiste en la obra, en el dibujo, en la escultura o en el video. Es la condición jodida de la vida del artista que pasa, sin duda, por estar en la cuerda floja, siempre a punto de quemarse, entre la precariedad y el reconocimiento, esta es la representación visual de esta situación paradójica y contradictoria. Fuego camina conmigo (con nosotros).

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