domingo, 20 de junio de 2010

PULP FICTION (SAY WHAT AGAIN)


Las convicciones de Francisco Brugnoli molestan a muchos. En particular, a los que trabajan y pernoctan en la sección chilena de las Antillas Andinas. Cuando apareció Brugnoli, en tiempos del auge y la inminente agonía de la utopía de los años sesenta -léase el 1973 chileno-, sus obras detallaban la hipocresía social y la estupidez política del mainstream con una erudición subversiva y un sentido del humor que, incluso mirando hacia atrás 50 años, todavía les cuesta digerir tanto a la intelectualité local como a los Young Chilean Artissshhhs. Una de las gracias que celebro de mi querido Brugnoli es que las ha hecho todas y eso embrutece a todos por acá. En realidad, celebro ambas cosas. Una vez, mientras cruzábamos la calle ante la inminente luz roja, se detuvo y con una tranquilidad a lo Cristopher Lee, pregunta:

- Sabes que diferencia a los artistas de los sesenta y los noventa?
- Dale broder, contesté apurando el paso
- Bueno ... experimentábamos. Mientras que ahora todos simulan hacerlo.

Su enfoque del arte lo hizo tomar la severa decisión de no ir al exilio por ningún motivo durante la Dictadura, a pesar de su nunca siempre bien ponderado prontuario. Cuando sucede lo del once de septiembre (1973, no el de 1541 ni 2010), estaba por rodar una versión cinematográfica de Drácula con la entonces Escuela de Bellas Artes (el actual MAC, que dirige) como locación para el castillo del vampiro con más spleen. No sólo la iba a dirigir, también la protagonizaba. Fernando, cuando vuelvas a toparte con él, aprétale play con el imaginario vampírico y verás su lado zeta en estado puro. Bueno, pasó todo lo que sabemos y con ello la película se fue al infierno (sic) y nuestro artista junto con perderlo todo, decidió estoicamente trabajar sólo con las ruinas de la(s) historia(s) hasta el día de hoy. Muy pocos conocen esta historia local de vampiros, aunque me divierte cuando asocian por pura mala leche la apariencia de Brugnoli con la de Vlad, sin imaginar que en realidad le están siguiendo el juego.

Brugnoli es, sin lugar a dudas, una figura cojonuda que a lo largo de todos estos años ha sabido capear con estilo y sex appeal la constante actualización de la estupidez en los cambios generacionales del arte chileno.

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