Espero no ser el primero que, para defender en casa los partidos del Mundial, busca excusas que conecten el fútbol con la profesión. A estas alturas muchos sólo practicamos deporte cuando el michelín cuelga en exceso (o sea, sobresale por encima del cinturón) y la familia nos lanza un ultimátum. Pero las glorias y los fracasos de ‘La Roja’, como los sufrimientos del Sporting, los triunfos de Nadal o los avatares de Alonso, Gasol, Pedrosa y Lorenzo están siempre al acecho, tentándonos cada semana. Y la cosa no es fácil.
Así, hoy quiero ‘gritar’ desde aquí (sigue leyendo, por favor, cariño) que el arte, en sus múltiples facetas, es comparable a esas gestas deportivas. Y que las mejores páginas de su historia las han escrito los corredores de fondo, no los ‘sprinters’. Y que en el arte, como en el deporte, el ‘todo vale’ no vale nada; lo importante es la constancia y el trabajo diario. Que lo bien hecho, bien parece. En estos días de emociones balompédicas con ecos sudafricanos me vienen a la memoria otros ejemplos, como la exposición ‘Vanguardia y deporte’, que viajó hace dos años por varias salas españolas entrelazando eventos deportivos, rivalidades políticas y luchas sociales. Recuerdo un vídeo de Eugenio Ampudia donde las selecciones de Brasil y Alemania jugaban un partido y, en vez de un balón, pateaban ‘El impacto de lo nuevo’, conocido manual de arte del siglo XX. O el ciclo de obras audiovisuales se que presentó hace dos meses en La Casa Encendida, de Madrid, donde varios jóvenes artistas (como el gijonés Avelino Sala) mostraban irónicos diálogos entre arte y fútbol.
Aboguemos, pues, por toda iniciativa capaz de aglutinar arte y deporte. En cualquier caso, siempre nos quedarán las palomitas, las cervezas clandestinas y una última opción liberadora, pero nada recomendable: combatir la frustración con otros padres, vociferando al unísono los fines de semana, en los partidos que juegan nuestros hijos.
«Habría que inventar un juego en el que nadie ganara» (Jorge Luis Borges)
martes, 22 de junio de 2010
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