sábado, 26 de junio de 2010

SONG FOR THE FLAITE CREATURES


Vivo en el casco antiguo de la ciudad, a una cuadra de la plaza de armas santiaguina. Es en este escenario donde el gobierno instaló pantallas gigantes para ver los partidos del mundial. Como podrán imaginar, cada partido de la selección chilena ha sido visto de manera multitudinaria desde el mismo lugar donde Von Kleist imaginó el terremoto del 13 de mayo de 1647. Lamentablemente, cada celebración de los capitalinos ha terminado en destrozos a las instalaciones públicas, robos, saqueos a locales comerciales y un largo y vandálico etcétera. Quiero decir, da lo mismo la victoria o el fracaso. Por eso, acá, la derrota ante la selección española pareciera que nunca existió para una hinchada que, eufóricamente, aclama la mejor campaña pelotera desde 1962 y que es aprovechada por el lumpen parar arrasar con todo a su paso. Las bombas lacrimógenas y los helados chorros de los carros lanza-aguas, no sólo me traen encontrados déja-vus de mis tiempos de estudiante en plena dictadura, también rememoran de manera vergonzosa el pillaje post-terremoto. Sí, toda aventura urbana por inquietante que sea es fascinante pero el aderezo vandálico agobia. Estimados bizarros, me siento un avatar de Griffin Dunne (After Hours, Martin Scorsese, 1985) o Sherman McCoy (The Bonfire of the Vanities, Tom Wolfe, 1987). Aunque bajo la égida benjaminiana de Hunter S. Thompson.

Cfr. Gonzo: The Life and the Work of Hunter S. Thompson (Alex Gibney, 2008)

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