jueves, 3 de junio de 2010
CARNE AGACHADA, ESPERA VAMPIRO
desde cuando cuando, cuando.
El dolor, el horror
Pero, lo dicho, los estereotipos dejaron de tener efecto a comienzos del XX: ya castillos, cadenas, bosques, aullidos y vampiros literarios habían perdido gran parte de su fuerza aterradora.
En Estados Unidos apareció el nuevo estilo que iba dominar casi toda la centuria, que mezclaba el terror con la fantasía, con mundos perdidos y profundos que, desconocidos por los plácidos protagonistas, irrumpían con violencia en su pacífica existencia. Arthur Machen, Lord Dunsany y Algernon Blackwood resucitaron así el miedo a lo desconocido, a lo que acecha desde tiempos inmemoriales. Y revistas como Weird Tales dieron cabida a esos nuevos temas y autores; entre ellos, a Howard Phillips Lovecraft.
Lovecraft nació en Providence, Rhode Island, en 1890, y murió a los cuarenta y siete años. Quedó huérfano de padre a los ocho. Pegado a las faldas de su madre, de sus tías y de sus hermanas, fue un niño retraído, solitario, enfermizo, soñador, lector compulsivo, que apenas tuvo amistades. Escribió su primer cuento con quince años, y se afilió a la United Amateur Press Association. Weird Tales le compró el relato "Dagon" en 1917, y a partir de entonces se dedicó a escribir. Lovecraft pasó de la influencia de Poe a acogerse al mundo onírico dunsaniano, rebosante de religiones arcaicas y mitologías inventadas.
Sin embargo, la muerte de su madre, en 1921, le generó la necesidad de cambiar, de abrirse al mundo. Las nuevas lecturas y amistades, sobre todo por carta, le condujeron a su fase madura, a la etapa en que construyó los Mitos de Cthulhu, como indicó Rafael Llopis en la introducción que escribió en 1969 a la obra del mismo título. De esta manera, creó el llamado "horror cósmico". Lovecraft fue capaz, y he aquí su importancia, de construir una cosmogonía propia, plagada de libros antiguos como el Necronomicon, del árabe loco Abdul Alhazred, de cultos ancestrales, ciudades escondidas y seres del espacio exterior, que sedujo a muchos lectores y autores. August Derleth, uno de sus discípulos, que a su muerte se ocupó de rescatar su obra, aseguraba que su maestro, un ateo convencido, había leído a los teósofos de madame Blavastky, en concreto la Antropogénesis, y que, sin creer en ello, le había parecido una buena inspiración para los Mitos.
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