lunes, 31 de diciembre de 2012

LOS IDIOTAS Y SUS ESPADAS

En efecto, había otro. Éste estaba de pie, casi en 
la mitad del camino, a plena luz del sol y al cabo 
de su propia, breve sombra. Tenia las manos meti- 
das en las opuestas mangas de un largo chaquetón 
y la cabeza hundida entre los hombros, como si 
estuviera acurrucado en la oleada de calor. 

Desde lejos hacía el efecto de una persona 
aterida de intenso frío. 

" Son mellizos," explicó el auriga. 

El idiota se apartó de mala gana un par de pasos, 
y nos miró con indiferencia al pasar casi rozándolo. 
Su mirada fué una mirada vacía, fija, una mirada 
de hipnotizado. Pero no se volvió a mirarnos una 
vez que habíamos pasado. Probablemente nuestra 
imagen cruzó por delante de los ojos, sin dejar huella 
alguna en el defectuoso cerebro de aquel infeliz. 

Cuando alcanzamos la cumbre del declive, me 
asomé por encima de la capota del coche. El 
tonto todavía estaba en la carretera, en el mismo 
sitio donde le habíamos dejado. JOSEPH GONRAD

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