viernes, 6 de agosto de 2010

Arthur Cravan estuvo finísimo cuando escribió en Maintenant aquello de: "En la calle pronto no se verán nada más que artistas y se pasarán todas las fatigas del mundo para descubrir un hombre." Diógenes de Sinope sigue teniendo trabajo pendiente: con el candil encendido a plena luz del día, buscando un hombre. ¿Quíén será un hombre, sólo, única y exclusivamente, hombre?.
El Rey Lear responde hablando de un vagabundo:

"¿No es más que esto el hombre? Considérale bien. No debes seda al gusano, ni
piel al animal, ni lana a la oveja, ni perfume al gato. ¿Eh? aquí estamos tres
que somos muy sofisticados, tú eres la cosa de verdad; el hombre sin arreglar no
es más que un animal pobre, desnudo, horquillado, tal como eres tú."

Hay, contra el deseo del loco del rey Lear, una pulsión de diferencia A día de hoy, tal pulsión se expresa por medio de la reproducción a escala microscópica de los gestos aparentemente contra-culturales del arte; individualismo falseado bajo la facha del sentimiento romántico de genialidad: originalidad de la acción, inmediatez del deseo, etc; pura falacia sugestionada por la publicidad. Nadie es un ser humano, sino simplemente él mismo (¿de una pieza?): original, auténtico, genuino. Todo el mundo es libre de hacer lo que quiera. El otro día me encontré con un amigo de mi hermano que ha estado en terapia psiquiatrica, me constataba la utopía en su realización progresiva, constante, presente: "Jodé, tío. ¡Qué bueno esto de ser mayor. Más responsabilidades, sí... pero también puedes hacer ahora. finalmente, lo que tú quieres: libertad."
"Todo lo humano me es ajeno, pero sus productos sí me son cercanos."

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