lunes, 30 de agosto de 2010

El diagrama y la eyaculación facial en Eisenstein



Hay una escena inquietante filmada por Eisenstein en La linea general (Generalya linya, 1929): vemos a un grupo de campesinos reunidos entorno a una recién adquirida máquina de licuación de la leche en mantequilla, entre ellos destaca la figura de Marfa Lapkina que anima a sus compañeros a no desistir en la larga y heróica tarea de la licuación. Finalmente, la leche es expelida del recipiente que la contiene en un chorro orgiástico, fálico, carente de control, que viene a derramarse sobre las manos extendidas de Marfa, salpicando indiscriminadamente sobre la cara de la heroina, ante las sonrisas del público masculino presente. Cabe destacar que la primacía de la iniciativa individual sobre la voluntad apática del grupo ya nos muestra, en esta escena, un Eisenstein post-épico, que cifra buena parte de sus expectativas estéticas en la identificación aristotélica con la heroína, de tal modo que ésta última pasa a convertirse en una encarnación particularizada de la madre patria representada en su versión más agraria. ¿Nos pues encontramos con el primer gang-bang de la historia, codificado en sus genuinos términos políticos e ideológicos?


En efecto: la película de Eisenstein la eyaculación sobre el rostro de la actriz condensa la certeza del goce masculino codificado como beneficio y productividad mecanizada, y la disolución identitaria en el conjunto de los modos de producción. En la tradición pornográfica occidental, éste tipo de eyaculación tiene como objetivo invertir las relaciones de libidinales de la escena. Esta concluye con el goce, hasta entonces frustrado o parcialmente oculto, del elemento masculino que, mediante este golpe de efecto, es restituido en su superioridad sexual e ideológica, por momentos puesta en tela de juicio por la primacía visual del cuerpo y los gemidos femeninos. Ruman Gubern puntualiza en este contexto:


"El semen sobre el rostro femenino, que la mayor parte de actrices confiesa detestar, además para verificar para el mirón la autenticidad de la eyaculación masculina, implica un mancillamiento simbólico del sujeto poseido por medio de una marca visible de posesión y dominio." [1]


Al igual que el diagrama que Deleuze percibe en la pintura de Francis Bacon, en la eyaculación facial interviene la mano del artista para “quebrar la organización óptica soberana: ya no se ve nada, como en una catástrofe, un caos” que configura un “conjunto operatorio de lineas y de zonas, de trazos y de manchas asignificantes y no representativos."[2] Nos encontramos pues, ante una desorganización de la topología, donde cobra un papel importante la mano de actor, quien se finaliza, autónoma y despreciativamente, a si mismo. De este modo, la parcial y final autonomización del hombre a través de la mano parece apuntar hacia aquello que constituye la especificidad de lo pornográfico: su ambivalencia visual, a medio camino entre la pureza óptica y su función háptica. Esto es: la pornografía, como su nombre indica, se demora en el detalle (pornos) de lo puramente visual, al mismo tiempo que se articula entorno a una teleología de lo manual: su función no es otra que la recreación de la carnalidad en el espectador a partir del gesto masturbatorio. De ahí el carácter desenfocado de la pornografía. No se trata de una deficiencia de los modos de representación pornográfica, sino de la representación stricto sensu pornográfica. La pornografía da imagen a un objeto ausente e irrepresentable: el pene del espectador que no puede evitar masturbarse. La carnalidad de lo pornográfico se concreta más allá de lo visible, más allá margen escópico de la visión; en el contexto sustitutorio de una mimesis, llevada a cabo por un espectador en el cual han sido suscitadas y purificadas las pasiones de la ansiedad y la posesión. Puro Aristóteles[3]. Aquí el pene del actor ejerce en este sentido la función de guía visual explícitamente deudora de la determinación fetichista del sexo femenino en El origen del mundo, de Courbet.


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[1] Román Gubert: La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas, ed. Anagrama, Madrid, 2005, p. 21.

[2] Gilles Deleuze: Francis Bacon. Lógica de la sensación, ed. Arena, Madrid, 2002, p. 103.

[3] En buena medida el objetivo de la pornografía es crear el espacio idóneo de la mimesis aristotélica, esto es: hacer sentir al espectador como en casa, o más precisamente, en la casa de sus sueños. Esta hipótesis parece ser refrendada por la consagración histórica de las escenas en primera persona donde el rostro del actor es aquello fuera de campo y la mirada de la actriz no elude la cámara, sino que interpele directamente la participación del espectador.

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