martes, 17 de agosto de 2010
Nunca deja de ofrecernos Plinio los mayores placeres en sus historias sobre la pintura. Parece ser que una pintura de Protógenes salva a la ciudad de Rodas de ser quemada de la devastación por el rey Demetrio y Apeles tenía tanto poder, gracias a su pintura, sobre Alejandro Magno que este llegó incluso a cederle a su cortesana favorita después de haber posado para él. Como si anticiparan algo de la intriga de "La obra maestra desconocida" de Balzac. La pintura más valorada de Apeles, según Plinio, está virtualmente vacía: "En su vasta superficie no hay otro contenido más que líneas casi invisibles, de tal modo que la obra más sobresaliente de muchos artistas parecía ser un espacio en blanco, y por eso mismo atrae la atención y es más estimada que ninguna otra obra maestra". Puede que Apeles anticipara, en muchos siglos, la seducción o, mejor, el hipnotismo indescriptible de "Blanco sobre blanco" de Malevich. El vacío nos succionada desde el comienzo. Su poder es propio de todo aquello que sabe desaparecer manteniendo, sin embargo, su "presencia", haciendo saber que en cualquier momento puede "re-aparecer". La muerte primigenia o ancestral de la pintura es otra de nuestras herencias.
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