lunes, 30 de agosto de 2010

Contrapposto

Piscina abarrotada. Mientras evitamos que Martín se rompa la cabeza contra el bordillo buscamos similitudes entre los habitantes de este hotel y los del reportaje que anoche vimos en la tele. Allí, en las famosas islas Cícladas, abundaban los cuerpos perfectos, rotundos homenajes a la belleza arquetípica de la Grecia clásica. Aquí, en cambio, la única referencia a la historia del arte son numerosos muslos que recuerdan la obra de Rubens, y algún personaje de Botero que apoya sus pesadas lorzas en la barra del chiringuito.
Alguno dirá que en las playas griegas no hay más que silicona, fiestas y drogas. Es posible. Aquí, en cambio, somos padres y madres responsables que, con barrigas cerveceras o muslos celulíticos, hacemos felices a nuestros retoños mientras recogemos, con habilidad excepcional, cubos, rastrillos y flotadores. Nuestras caras de sueño no son fruto de ningún ‘after hour’ ni de un sinfín de estimulantes nocturnos, si acaso, de algún vómito inesperado, por exceso de grumos en el biberón. Pese al cansancio, en nuestros rostros brilla una sonrisa perenne, y menos artificial que las de Mikonos.
Pero en la estética de nuestra piscina no hay figuras destacables. Tan sólo advertimos un perfecto ‘contrapposto’, ésto es, un cuerpo erguido con la pierna izquierda ligeramente flexionada, la cadera del lado derecho más elevada, y el hombro anexo a menor altura que el contrario. Soy yo. He tenido, como cada verano, un ataque agudo de lumbalgia.
Cuando Policleto y Praxíteles plantearon la oposición armónica de las distintas partes de la figura humana, rompiendo la ley de la frontalidad para generar nuevas dinámicas del cuerpo, jamás plantearon esta posibilidad. Entre otras cosas, porque sus esculturas habrían perdido prestigio. Así que hoy puedo afirmar, dolorido pero orgulloso, que esta maldita riñonada ha acercado mi cuerpo a los cánones de las curvas praxitelianas. Quitando los michelines, la piel quemada y el pecho caído, soy la única huella griega bajo estas ruidosas sombrillas.

«Es difícil juzgar la belleza; la belleza es un enigma» (Fiodor Dostoievski)

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