Gijón no fue Gijón. Fue ―todo el mundo lo pudo comprobar― un espacio mitológico. Recuerdo a alguien decir que la escena parecía sacada de una novela de Joyce. El olor, la intensidad que latía y deformaba los rostros y la densa atmósfera de aquella taberna eran poderosos argumentos para apuntalar esa afirmación. Pero viendo a Fernando ―no ya urgente sino frenético― escribir sobre aquel mantel no me acordé del «Ulysses» sino de lo que contaba Hemingway en «París era una fiesta»: el sabor de las ostras en el paladar, historias que se escriben solas y personajes que bailan entre el papel y la realidad. Lo había leído, sí. Pero por fin lo había visto. Glorioso. Y encima divertido. Como Hemingway, vaya.
Paseando con Ernesto por el puerto me volví a acordar de Irlanda, ese país que todo el mundo dice verde pero cuyo mar es siempre gris. Y aquello ya no paró: el espíritu salvaje ―o sea, americano― de Domingo, trompetistas esquivos, Nick Cave, extraños moluscos y la hoz y el martillo en el cuello de un camarero. La métrica, la poesía y la depuración que exige la forma. Y las frases, claro. Frases que tengo junto a mí y que sé que ya no me dejarán.
Fue Ángel Antonio quien la pronunció. Y cortó el aire como un cuchillo: «Atención, cambio de planes. Arde el Savoy.». En ese momento no supe qué demonios significaba. Lo que sí averigüé enseguida es que no podría salir de allí fácilmente. Aquellas palabras aún me mantienen atrapado como dentro de un sortilegio. «Arde el Savoy».
Ángel Antonio nos contó la historia (o eso creía él): el Savoy es un bar en el que el año pasado por las mismas fechas hubo un pequeño incendio y que parecía volver a estar quemándose. Pero esa historia, siendo rigurosamente cierta, no decía la verdad. Ahora sé que «Arde el Savoy» fue la contraseña que terminó de abrir aquella noche de par en par. Hay un chico francés que toca la armónica con la Tonky Blues Band. Dicen que tiene veintiséis años. Lo que desde luego tiene es talento. Esa noche, claro, no podía estar sino en Gijón. Prometo dar con su nombre y seguirle allá donde vaya. Fue un ciclón. Y también pasó por el Savoy.
Otra frase sirvió para comenzar a desactivar el ritual. Hay que volver a la rutina, y para ello nada mejor que la extraña combinación de palabras que nos proporcionó la chica de la estación: «El coche número dos es en la última puerta del final». La última puerta del final. Lo sobrenatural siempre al acecho.
Este fin de semana en Asturias ha pasado algo.
Contubernio: bendita locura.
Genial!!!
ResponderEliminarGenial!!!!!
ResponderEliminaralgo ha pasado ,doy testimonio de ello .Bendita locura
ResponderEliminarClaro que Paris es una fiesta, pero
ResponderEliminarvolved a gijon...Alnorte,
mitologia,brisa fresca y dulce, blues,
Bendita locura
Y yo no estaba...jo!
ResponderEliminarah!el joven músico Francés,
ResponderEliminarse llama Charles Passi y representa el renacimiento del Blues en Francia,
fue un placer añadido el tenerlo en Gijón
Bendita locura
Cada cuatro o cinco meses viene a España, así que seguro que tenemos oportunidad de verlo de nuevo.
ResponderEliminarMientras tanto os recomiendo un concierto que se dará el 15 de enero en Soul Station, un bar nuevo de Madrid situado en la cuesta de Santo Domingo. Entrada 12 euros.
El grupo se llama "Speak low" Acid jazz del bueno.
Nos vemos allí.
Para los indecisos:
http://www.youtube.com/watch?v=62AFMQBAObQ&feature=related
Ah! se me olvidaba.
ResponderEliminarCon el cuñao a la guitarra.