[¿Cómo seguir?]
Aristóteles resumió en la figura del incontinente las diferentes actitudes que ponen en jaque el intelectualismo moral. Fue al incontinente a quién Aristóteles dedica las páginas más lúcidas de su Ética a Nicómaco. Recojamos algunas de las más interesantes:
“La incontinencia es precipitación o debilidad; unos, en efecto, reflexionan, pero no mantienen lo que han reflexionado a causa de la pasión; otros, por no reflexionar, ceden a sus pasiones; pues son como los que no sienten las cosquillas habiendo primero cosquilleado a los otros, y así, presintiendo y previendo y preparándose ellos mismos y su razón, no son vencidos por la pasión, sea esta agradable o penosa”[1]
“Tampoco el incontinente es como el que sabe y ve, sino como el que está dormido o embriagado. Y obra voluntariamente (pues, en cierto modo, sabe lo que hace y por qué razón lo hace), pero no es malo, puesto que su acción es buena, de modo que sólo es malo a medias. Y no es injusto, pues no pone asechanzas. El uno, en efecto, no es capaz de atenerse a lo que tiene deliberado, y el irritable no delibera en absoluto. Así, el incontinente se parece a una ciudad que decreta todo lo que se debe decretar y que tiene buenas leyes, pero no usa de ellas, como Anaxándrides notó chanceándose:
Decretó la ciudad, a quien nada importan las leyes.”[2]
“El hecho de que tales hombres se expresen en términos de conocimiento masivo nada indica, ya que incluso los que se encuentran bajo la influencia de las pasiones, recitan demostraciones y versos de Empédocles, y los principiantes de una ciencia ensartan frases, pero no saben lo que dicen, pues hay que asimilarlo y esto requiere tiempo; de modo que hemos suponer que los incontinentes hablan, en este caso, como los actores de un teatro”[3]
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[1] Aristóteles: Ética a Nicómaco, 1150b, 19-25
[2] Ibidem, 1152a, 15-24.
[3] Ibid., 1147a, 19-25.
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