miércoles, 23 de diciembre de 2009
Hiroshima, mon amour es un film de la palabra y el lirismo acerca del recuerdo y, más pertinentemente, del olvido. Las imágenes se encuentran al servicio de la performatividad propia de una palabra testamentaria, cuya reiteración marca la imposibilidad de ser escuchada. Se trata de la palabra de del enamorado, ese combatiente herido por otros medios. El relato gira en torno a los rostros impasibles de tales individuos que, habiendo formado parte de frentes enemigos, parecen unirse cuando ya todo ha sucedido para enfrentarse a la batalla postrera contra el olvido. Un olvido que tiene los tintes del perdón, pero al mismo tiempo de lo reprimido que con total seguridad será repetido en el futuro. De este modo, amor y conflicto se igualan como principios de la relación dialéctica que une a los contrarios por un instante, para más tarde abrir entre ambos la brecha del olvido o del deseo de olvidar. La melancolía que destilan las imágenes nos conduce a través de un viaje entre dos frentes de batalla que parece nunca acontecieron. ¡Tan imaginarios se nos perfilan La Francia de la Ocupación e Hirosima al compás de las palabras reiteradas y enamoradas pronunciadas por los dos únicos personajes del film! Como dos frentes de batalla, los espacios de combate no son el infierno que fueron; parecen incluso preferibles al seriedad silenciosa que les siguió. “No queda otra alternativa para el recuerdo”, afirma la voz en off, “que la seriedad de las películas y los museos”. Museos y películas que a pesar del detallismo y la ya mencionada seriedad no pueden evitar la mofa de los “que están de visita” contemplando la destrucción como producto estético. Alain Resnais superpone con una maestría brillante la herida colectiva (la guerra perdida) y la individual (el amor perdido) en este film partiendo de una evidencia: el olvido lo vence todo. Así se unen los que fueran enemigos en la añoranza de un tiempo que si bien trajo la destrucción, también la reunión de los contrarios y la posibilidad del amor.
“La sociedad, no el cielo, caminaba sobre mi”, frase lapidaria pronunciada por la protagonista. Hace referencia a la victoria del bando aliado que castigó a los colaboracionistas con el bando alemán. Ella, nos cuentan, fue encerrada en un sótano llamado "Eternidad" donde "sólo oía las tijeras sobre su pelo".
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