viernes, 25 de diciembre de 2009

[ Acabo de ver "El caballero oscuro" la última película sobre la figura de Batman. Maravillosa. Me ha gustado de cabo a rabo y me parece que las historias de superheroes dan mucho juego a nivel teórico como imagen de la sociedad contemporanea. Me gustaría destacar un momento en especial del film: hacia el comienzo, cuando Batman se ve enfrascado en un combate a dos manos contra los perros de "los malos" y unos imitadores que, penosamente armados, intentan imponer de manera arbitraria la "justicia por su mano". Una vez ha terminado el rifirrafe, la cámara nos muestra a los imitadores reducidos contra un tabique, atados, los rostros descubiertos:
-¿Quién eres tú -dicen los imitadores refiriendose al Batman "original"- para poseer la patente de la justicia? ¿Qué es lo que nos diferencia a nosotros de ti?
-Yo no utilizo gomaespuma.
]



Batman es un superhéroe sutilmente diferente al resto. A diferencia de otros superhéroes, carece de un poder sobrenatural que le predetermine como un ser extraño, otro respecto de la sociedad. Superman, como figura paradigmática del prototipo “superhéroe”, no es más que la imagen del inmigrante venido de otro planeta que no consigue insertarse dentro de la sociedad y sus instituciones jurídicas; un ser extraño y monstruoso que carece de libertad a la hora de determinar su porvenir; no le queda otra alternativa que llegar a ser quien es: un justiciero, un hombre de bien o un otro deber-ser, lo mismo da. Se ve abocado al bien por una suerte de destino que viene determinado por su naturaleza, la justicia es para él una necesidad, no un ejercicio de su libre arbitrio. Superman no tiene otra alternativa que imponer una legislación de justiciero particular que corrija las desigualdades fomentadas por el sistema –una suerte de Robin Hood del deber—, impidiendo los crímenes (y por tanto las desigualdades) antes de que estos se cometan. Nos encontramos ante una moral encarnada en la figura del individualismo (el superhéroe como superego) que no coincide con el marco legislativo de carácter colectivo. Una moral que se “toma la justicia por su mano” y no por ello deja de realizar el “bien”; una moral fundada en una suerte de derecho divino que parece recaer de forma absoluta en los individuos, y sólo en ellos, como depositarios de un derecho inalienable (o eso dicen en E.E.U.U.): el de la autodefensa (que suele estar unido al derecho de posesión de armas); una moral del más allá de la justicia -con minúscula: la social o positiva- y que sin embargo es permitida por ésta, y además coincide con aquella, la Justicia -con mayúscula: la divina o (sobre)natural-.

En conclusión: devenir superhéroe para sí y sus allegados (la siempre mentada “comunity” incluida) es el objetivo de todo pater familias que sea digno de ello. Superman encarna, por lo tanto, las contradicciones del sistema jurídico estadounidense que convive día a día con sociedad de individuos armados para su propia seguridad, individuos que no reconocen al sistema policial como solución al crimen.

Batman comparte con el prototipo superheroico de Superman el carácter ambiguo de su identidad personal: a medio camino entre el anonimato social del funcionario con nombre y apellido (Clark Kent) y el reconocimiento público por parte de todos, como si de una celebrity más se tratara, en virtud de un nombre que no significa nada (Superman). Sin embargo, a diferencia de Superman, que es el símbolo de la moral del funcionario como individuo escindido y “medida de todas las cosas”, Batman representa la moral del empresario capitalista, que impone convencionalmente sus propias condiciones de superheroicidad. A diferencia de los otros superhéroes, Bruce Wayne sí es un individuo como otro cualquiera que, sin embargo, posee el más eficaz y verdadero de los superpoderes: el capital. Su alterego superheroico es tan sólo la puesta a punto del dollar en favor de la Justicia de los individuos que “se toman la justicia por su mano”, en la forma de un sacrificio voluntario y personal para con los otros; una moralidad más cercana a la beneficiencia que a la hacienda pública, y que en definitiva emana de un ejercicio de la voluntad caritativa del individuo, esto es, un moral restringida al ámbito de lo privado. Aquí ya podemos encontrar una sutil diferencia con el modelo precedente: devenir superhéroe no se encuentra limitado a un número restringido de individuos predeterminados naturalmente, es producto de una elección libre, consciente y voluntaria, requiere una conciencia estable, unos principios apodícticamente fundados, y depende de una determinación al trabajo esforzado, así como del capital que uno posea para el ejercicio del Bien. Es el momento en que se ve truncada la creencia inserta en la trama de Superman, de cuño protestante, que evidencie una suerte de Providencia divina determinante, con total fiabilidad, del porvenir de los individuos. Se produce, como digo, el choque entre el leit motiv determinista del protestantismo con la lógica social propia del Far West,” la tierra de las oportunidades”, allí donde cualquiera puede llegar a ser quién quiera. Batman supone un cambio de registro: allí donde la naturaleza del nacimiento era el principio divisor entre la clase alta de los superhéroes (o supervillanos) y el resto de los pobres mortales, ahora es el capital el que divide la sociedad entre los superhéroes (o supervillanos) potenciales y el resto de los pobres mortales.

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