miércoles, 30 de diciembre de 2009

[Shakespeare, el rey de la bizarría.
Las frases geniales, inconexas y fragmentarias del rey Lear enloquecido
son una muestra sucinta de lo que en Bizarro durante este año ha acontecido.]

LEAR. ¿Cómo, estás loco? Un hombre puede ver cómo va el mundo sin tener ojos. Mira con tus oídos: ve como ese juez maltrata a aquél ladrón bobo. Oye en tu oído: cambia los sitios, y adivina adivinanza, ¿cuál es el juez, cuál es el ladrón? ¿Has visto al perro de un labrador ladrar a un mendigo?

GLOUCESTER. Sí, señor.

LEAR. ¿Y al ser humano huir ante el chucho? Ahí pudiste observar la grandiosa imagen de la autoridad, un perro obedecido en su cargo. Tú, bribón de alguacil, contén tu mano sangrienta: ¿por qué azotas a esa puta? Desnuda tu propia espada: deseas acaloradamente usarla en aquello por lo que le pegas. El usurero ahorca al ratero: a través de las telas bastas y andrajosas se echan de ver los vicios; los mantos y los ropones con pieles lo tapan todo. Recubrid de oro el pecado, y la fuerte lanza de la justicia se rompe sin hacer daño: armadlo de harapos, y la paja de un pigmeo lo atraviesa. Nadie es culpable, nadie, digo que nadie; yo seré su fiador. Créemelo a mí, amigo, a mí, que tengo el poder de sellar los labios del acusador. Ponte las lentes, y, como un hábil político, finge ver lo que no ves. Ea, ea, ea: quitadme las botas: más fuerte, más fuerte, así.

EDGAR. ¡Ah, qué mezcla de acierto y extravagancia; qué razón en la locura!

LEAR. Si quieres llorar mi suerte, toma mis ojos. Te conozco de sobra, te llamas Gloucester. Tienes que tener paciencia; llegamos llorando aquí; ya lo sabes, la primera vez que olemos el aire, lloramos y gemimos. Te voy a predicar: fíjate.

GLOUCESTER. ¡Ay, ay, qué día!

LEAR. Cuando nacemos, lloramos por haber llegado a este gran escenario de locos… ¡Bonito sombrero éste! Sería una estratagema estupenda herrar con fieltro una tropa de caballería. Haré la prueba, y cuando haya caído sin ser notado sobre esos yernos, entonces ¡mata, mata, mata, mata, mata!

Entra un Caballero [con escolta]


CABALLERO. Ah, ahí está: echadle mano. Señor, vuestra queridísima hija…

LEAR. ¿No hay escape? Qué, ¿prisionero? Soy por nacimiento el juguete de la Fortuna. Tratadme bien; obtendréis rescate. Buscadme cirujanos: estoy herido hasta los sesos.

CABALLERO. Lo tendréis todo.

LEAR. ¿Sin ayudas? ¿Todo yo solo? Ah, esto haría de un hombre un hombre de sal usando sus ojos por regaderas del jardín [sí, y haciendo posarse el polvo de otoño]. Moriré valientemente como un novio recién compuesto. ¿Qué? Seré jovial. Vamos, vamos, soy rey. Señores, ¿lo sabéis?

CABALLERO. Sois rey, de veras, y os obedecemos.

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