sábado, 26 de diciembre de 2009

joker había leído a Sarte. De eso no tenemos ninguna duda. Los dos barcos con los detonadores del "otro" y los dilemas morales de los "buenos" y "los malos" (aquellos que ya habrían decidido ponerse de la mano de la muerte) llevan a un callejón sin salida. Por otro lado la dialéctica del amo y del esclavo (la presencia de los secuestrados como secuestradores) nos hace pensar que tampoco estaba lejos de la lectura que Kojeve hace de Hegel. El Joker es algo más que un decisionistas, se trata de un maestro cínico o, para ser más preciso, otra manifestación de Sócrates frenético. No parece que le interese el dinero ni el poder, tan sólo ama el caos y, en cada ocasión, hace un relato sarcástico sobre el origen de su trágica sonrisa. Frente al capitalismo aventurero o a la ideología del salvador individual, Joker sabe que su mecanismo (la mano invisible de Smith) puede continuar incluso cuando él se encuentra encarcelado. La patética decisión de salvar a la justicia en vez de al amor no va contra el erotismo platónico ni contra la Teogonia de Hesiodo, es la pura coartada del "ideólogo". ¿Nos creemos que el millonario iría a sacar del apuro a un fiscal chuleras en vez de a una novia regordeta? Seamos sensatos. Todo ese juego de las elecciones y del destino (la moneda al aire o incluso de dos caras) es estructuralmente falso. Todo está decidido. Al joker se le corre el maquillaje, su rostro sudado (baudeleriano en el mejor sentido del término) me recuerda aquella escena de "Muerte en Venecia). La peste se extiende irremediablemente, el amor es una tortura, los viejos mitos están demasiado lejos y en el borde de la playa, antes de que el turismo lo masacre todo hay un instante para un adaggio y una despedida. Todo camuflaje muestra lo que oculta. El joker sale del hospital vestido de travelo y, como un niño destrozón, disfruta de la detonación. Eso queda a sus espaldas. Es, acaso exagero, una nueva imagen del ángel de la historia (como aquel de Klee inmortalizado por Benjamin): las ruinas crecen hasta el cielo o, peor, impone una "memoria dañada" a la que habrá que volver siempre. Cara pintarrajeada de blanco como una vieja pared encalada y llena de desconchones y rostro jánico calcinado y apolíneo. Justicia azarosa y cinismo riguroso. Batman no pinta nada con su voz impostada y su motocicleta de ruedas tochísimas (Manuel no paraba de indicar que con eso no podía ir sino a la velocidad de la tortuga); se enfada porque le han salido competidores o gente que suplanta su "personalidad". Están disfrazados con músculos de goma-espuma. ¿Qué mal le hace que se genere un mcdonaldización de sus "heroísmo"? Tal vez lo único que le importa es que él no ha cedido la patente. Su gabinete de I+D+I le deja porque no están dispuestos a asumir la panoptización-digital del mundo. Ni siquiera para hacer "war against terrorism". Menudas mentiras hipócritas. El hombre recto y sabedor de que todo es una falacia es el sirviente británico que no duda en poner la carta patética junto al zumo para luego quemarla sin contemplaciones. Los mensajitos melodramáticos pasan a mejor vida, vale decir, a la verdad de la ceniza. Gracias al joker la ciudad de Gotham hace repoker, sin él no se puede jugar ni al mus.

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