miércoles, 9 de marzo de 2011
al terminar el acto de "presentador" impostado de la gala de Descubrir el arte hablé con muchísima gente. Estaba recriminándome una señora, tal vez con razón, que había estado "encorsetado" e incluso había perdido mi "mordacidad" cuando otra, con acento aparentemente francés, quiso apostillar algo en otra dirección. Consuelo Císcar vino en su auxilio. Pregunté que en que idioma preferia hablar y me vino a decir que en francés o italiano. Tiré, vieja querencia, por el idioma más bello del mundo (el de Dante y Cavalcanti) y resultó que era, nada más y nada menos, que la viuda de Roberto Matta. Estaba masacrado por los focos horrorosol de Jean Nouvel y al buscar otro ángulo pude certificar que, efectivamente, aquella señora era la que conocí hace años en Madrid justamente un día en que el pintor estaba sentado en un sillón metálico e incomodísimo de su cosecha. Charlamos animadamente y, sobre todo, de una pieza que me interesa, por que la veo todos los días en mi casa, de Matta titulada "Una temporada en el infierno". El solo mencionar el imaginario de Rimbaud nos sacó de contexto. Ella, en voz baja, como si fuera a recitar un sortilegio me dijo que no dejara de llamarla para pasar por Chicago: allí, apuntó guiñando un ojo, hay un cuartito y una llave que la tiene una amiga suya. "Diga que abra allí, de mi parte, que verá lo mejor". Resulta que Matta tiene depositadas en el Museo de Arte Contemporáneo de Chicago piezas que considera su gran reserva que no se exponen y, en palabras de su viuda, están "perfectamente" bajo llave. Lo tengo claro: no dejaré de pedir esa llave y de adentrarme en el cielo o en el infierno tan soñado y prometido.
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