Ha llegado el momento de hacerse cargo de una decisión. Después de un fin de semana de Angst existencial, estoy resuelto a llevar a cabo un ejercicio de violencia textual contra mi propia piel. He decidido tatuarme la frase inicial del Viaje al fin de la Noche: “ça a debuté comme ça” (esto comenzó así). No he encontrado nada más pertinente para mi blanquecino y pobremente musculado antebrazo. En un primer momento pensé en aquél verso de Dante citado en Waste Land: “souvenha vos a temps de ma dolor” (acordaros a tiempo de mi dolor. Purgatorio, XXVI, 148) Terminé declinando esta opción: me temo que mis extremidades, insisto, no están lo suficientemente fortificadas-fibrosas-esculpidas, para Dante. En estos momentos, un endecasilabo en italiano requiere más bíceps del que dispongo y del que posiblemente dispondré a largo plazo en el ejercicio de la escritura. Además, este fragmento de Dante es una referencia inexcusable de la historia de la literatura, perfectamente contextualizada en un marco de comprensión desde el punto de vista teórico, lastrada de un potente aparato interpretativo. En resumen: Dante mola demasiado. La violencia radical y estúpida del primer tatuaje quedaría ocluida por un sentido cultural preexistente. Mi aventura epidérmica con la Divina Comedia sólo habría terminado, con total seguridad, bien en una muerte prematura a manos de un seguidor de Petrarca, bien en el matrimonio con una profesora de filología románica, bien con ambas cosas, a la vez, sintetizadas en la locura de los espacios infinitos. Aquello habría sido excesivamente pedante (me temo), excesivamente pretencioso (seguro), excesivamente postmoderno (como no puede ser de otro modo). Además, si hubiera un objetivo en este acto posiblemente sería el contrario: no decir nada. Se trata simplemente de llevar a cabo un ejercicio de violencia que vacíe de sentido la presencia inquietante de la página en blanco, del cuerpo en blanco, de los espacios infinitos sin demarcar, de la palabra en el vacío. Comenzar, por donde sea: de eso se trata.
Hay un ejercicio de tradución imposible. El francés me horroriza, una lengua horrible, en serio. Estos dos factores hacen más interesante, si cabe, este error denominado tatuaje. Céline escribe: esto comenzó así; pero también, más pedestremente: esto debutó como esto. Si hay algo que me gusta de la cita que he elegido es su soberana sencillez, fundada en la perogrullada de su enunciación. Recordemos que se trata de la frase inicial de una de las mejores novelas del siglo XX y sin embargo está escrita para no serlo. No conozco un comienzo más abrupto, pero tampoco más acorde con la originación radical de la escritura a partir de la impotencia y el aburrimiento. El Escritor: un Bartleby, un Lord Chandos, un Demiurgo platónico sin Ideas, un tipo aburrido que sólo escribe una frase después de haberse masturbado (eso si él mismo es capaz de distinguir entre estos dos momentos del proceso “creativo”). Esta es la inspiración propia del escritor post-romántico que ha aceptado la caracterización warholiana del artista como un idiota (idiotes, en griego: sin ideas, pero también individuo de intereses exclusivamente privados). En conexión con esto último, Hugo Mujica escribió una respuesta a la Carta de Lord Chandos que -como comprobareis al leerla- no se dirige a nadie sino a mí, Ernesto Castro, aquí tecleando, yo, en este justo momento, instante fugitivo:
“¿Qué puede hacer un escritor inerme, un demiurgo indefenso, un hombre al fin sin palabras, un sujeto ya sin poder para sujetar la realidad? Nada, salvo poner el cuerpo en lugar de la palabra, dejarse tocar en lugar de nombrar. Se trataba de la invitación, del llamado, de la urgencia a pasar a una dimensión más humana, más raigal, raigal de tan cutanea: la pasividad. Dejarse tocar, también lastimar o, ya en lenguaje de escritores, porque no olvides que lo sigues siendo, escuchar.”[1]
No conozco un tributo más banal a un escritor que tatuarme la primera frase de su novela –una frase que la historia de la literatura no echaría de menos. De hecho, ni siquiera es un homenaje a la tradición stricto sensu. Ciertamente, admiro profundamente a Céline, pero he de reconocer no se encuentra precisamente en mi canon. Lo cual me asegura a prueba de denegaciones en el futuro del tipo: ¿en qué cojones estaría pensando?... Al contrario que los tribales, las mujeres desnudas (con y sin un ancla a su lado) y los dragones mitológicos encarnados en tu nalga derecha, provenientes del espacio fantasmático de los juegos de rol, la rotunda imperfección de Céline seguirá siendo todo un referente literario para mi hasta el día de mi muerte. Tatuarme un escritor que me gusta puede conllevar que deje de gustarme. Eso nunca pasará con Céline. No sólo el comienzo, sino todas y cada una de las frases de esta novela genial están escritas a medio camino entre la pulsión de sentido y la voluntad de escribir mal. El dispositivo de destrucción del lenguaje literario que Céline lleva a cabo es una apertura a la nocturnidad y alevosía que caracterizará a la mejor tradición del canalleo norteamericano, sus grandes herederos: Bukowski, Miller, Burroughs, Vonnegut, Childish, Welsh (por sólo transcribir los citados por Wikipedia). Al mismo tiempo, Céline mantiene un tono metafórico donde se muestra la perfecta asunción de lo mejorcito del Parnaso poético francés.
Ça a debuté comme ça (de nuevo). Esta frase es lo más sincero que he podido encontrar para mi debut como “cuerpo en superficie”: no desvirtualiza el absurdo de la puesta en acto del tatuaje como violencia subcutanea, surgida a partir de una matriz literaria puramente arbitraria. Esta matriz es exclusivamente generacional y debida a amistades. Así me surgió la idea. Después de quedar ininterrumpidamente durante aproximadamente una semana con J. Fortius, un valenciano tiene tatuado el comienzo de La siesta del fauno de Mallarmé -“Ces nymphes, je les veux perpetuer”- justo encima de su mismísimo culo peludo –desde el cariño, J.-; después de pasar repetidamente los dedos por la superficie en relieve del cuarto tatuaje de Luna Miguel, mientras ella me informa del próximo; después de asegurarme de que hasta A.J. Gangsta Rodríguez piensa tatuarse el comienzo de una novela de David Foster Wallace; después de descubrir que mi generación literaria está formada por un grupo de holgazanes tatuados sin pretensión alguna, entonces fue cuando sufrí una genuina angustia de las influencias para-literaria. Tenía que tatuarme algo, rápido y donde fuera. Aprovecho para decir que esto va por mis goodfellas.
No sólo es perfectamente legítimo para un escritor recurrir al tatuaje como elemento expresivo, sino que de hecho lo considero una muestra imprescindible del compromiso que un creador tiene para con unos principios. Tener un tatuaje es una muestra de principios –gracias J. Mi tatuaje se encuentra más allá de cualquiera de mis ridículas y provisionales creencias, muestra mi compromiso radical y absurdo con el principio, a secas. En mi superficie epidérmica se dará cita única y exclusivamente el principio de la escritura como autorreferencialidad inexplicable, realidad última, principio de existencia, gratuituidad de lo cotidiano un tanto irónica. Más allá de la retórica “donación del ser” heideggeriana, tan paulino él; vengo a defender que, irremediablemente y para bien, siempre nos encontramos in medias res, sin exigencia alguna. ESCRIBO PORQUE SÍ. He decidido tatuarme el Origen sin recurrir a ninguna mediación estética y/o ética, allí donde simplemente se origina.
Sólo quiero significar algo que no significa nada. Y hacerlo la semana que viene, en mi cuerpo. Para terminar Valery: “lo más profundo es la piel”; y Oscar Wilde: “el verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo invisible”.
Hagámoslo más visible aún.
No hay comentarios:
Publicar un comentario