La ley pretende que el deseo sólo puede darse en el espacio de juego hacia el que
ella lo atrae con la baza del entredicho, como tan pronto, y a la vez, el deseo pretende
convertir la ley en su juego o su juego en su propia ley o, asimismo, la ley en el mero
producto de una falta o disminución del deseo. (Lo que, no obstante, conduce a la
siguiente pregunta: ¿Acaso no sería el deseo ya siempre su propia carencia, el vacío
mismo que lo haría infinito, carencia sin carencia?) (Blanchot, 1994: 57).
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