viernes, 2 de octubre de 2009

"Lo que encuentro particularmente desalentador y envilecedor del fenómeno de la comunicación de masas no es la práctica sistemática de la desinformación, ni el carácter sectario y tendencioso de sus mensajes, modelados según la publicidad; ni siquiera la falta de espíritu crítico del público, que lo torna fácilmente manipulable y víctima de maquinaciones y engaños. Todo esto no es novedoso: siempre vencer fue ante todo convencer, y el recurso a la violencia siempre representó la excepción, no la regla. Pero hay en la comunicación algo nuevo e inédito con relación a la retórica, a la propaganda y a la publicidad: no se trata de transmitir y fijar convicciones en la mente del público, y menos aún de infundirle una fe o una ideología estable y con una identidad propia (como lo eran el comunismo, el fascismo, el socialismo, el liberalismo, etc.). Al contrario, el objetivo de la comunicación es favorecer la supresión de toda certeza, confirmando una transformación ideológica que ha convertido al público en una especie de tabula rasa extremadamente sensible y receptiva y receptiva, pero incapaz de retener lo que se escribe en ella más allá del momento de la recepción y de la transmisión" (Mario Perniola: Contra la comunicación). En pocas palabras: una comunicación sin memoria y sin inconsciente.

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