“Algunos legan cosas a la posteridad”, escribe Benjamín en El carácter destructivo, “convirtiéndolas en intocables y conservándolas de esta forma, otros legan situaciones, haciéndolas viables y liquidándolas con ello”. Lo que se transmite a través de la tradición no son “cosas” y menos aún “monumentos”, sino “situaciones”; no son objetos solitarios, sino las estrategias que los construyen y movilizan. No es que revaloricemos constantemente una tradición; la tradición es la práctica de excavar, salvaguardar, violar, desechar y reinscribir continuamente el pasado.
En un pasaje de Infancia en Berlín hacia 1900 se refiere Benjamín a esa experiencia de excavar: “es verdad que para que unas excavaciones tengan éxito, se necesita un plan. Pero no son menos indispensables los cautelosos sondeos en la oscura arcilla y sería estafarse a sí mismo robándose el premio más valioso, conservar sólo el informe de los descubrimientos que se han hecho y no esta oscura dicha proporcionada por el mismo lugar del hallazgo. La búsqueda infructuosa forma parte de esto tanto como el éxito, y por consiguiente el recuerdo no debe proceder a la manera del relato y menos aún del informe, sino que, en la manera más estrictamente épica y rapsódica, debe probar con su pala en lugares siempre nuevos y escarbar hasta niveles cada vez más profundos en los viejos”. No sólo se trata de los despojos de las situaciones, sino de las situaciones mismas, de la práctica de la excavación y el descubrimiento, del hallazgo y del descuido, que dejan una huella tan profunda en los objetos exhumados, que llega a constituir la parte principal de su significado.
La historia no es una bella copia ni algo original sino un palimpsesto. O, en otros términos, una pizarra en la que aunque el borrado haya sido sistemático todavía es posible “leer” rastros de lo acontecido. Toda tachadura incita a mirar a través.
sábado, 31 de octubre de 2009
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