Hacia 1995, Washington consideró que el sufrimiento de los haitianos se había prolongado demasiado, así que Clinton envió marines para derribar a la Junta y restaurar al Gobierno electo, pero en condiciones que terminarían por destruir lo que aún quedaba de la economía haitiana. En efecto, se obligó al Gobierno restablecido a aceptar un duro programa neoliberal, sin barreras para las importaciones y las inversiones procedentes de Estados Unidos. Los arroceros haitianos son bastante eficientes, pero no pueden competir
con la industria agrícola de Estados Unidos, fuertemente subsidiada, lo que condujo a su previsible hundimiento. Una pequeña y exitosa empresa producía en Haití porciones de pollo. Pero a los norteamericanos no les gusta la carne oscura, de modo que las gigantescas corporaciones que producían porciones de pollo hicieron dumping contra esta y otras empresas. Probaron a hacer lo mismo en México y en Canadá, pero estas son sociedades organizadas que pudieron impedir la competencia ilegal. A Haití se le había impuesto la indefensión absoluta, de modo que incluso esa pequeña industria fue a la ruina. La historia continúa e incurre en acciones aún más despreciables, que no es necesario exponer aquí.
En resumen, Haití responde al modelo habitual; es una ilustración particularmente desafortunada de la manera en que los haitianos han sido atormentados, primero por Francia y luego por Estados Unidos, en parte como castigo por haber osado ser el primer país libre de hombres libres del hemisferio.
Noam Chosmsky
martes, 13 de noviembre de 2012
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