Desnudez, sueño, crueldad
calculo- que no nos damos cuenta del tamaño antinatural de su cuello, de la pronunciada caída de sus hombros y del extraño modo en que cuelga del torso el brazo izquierdo
la aguja-umbral introduce, es un punto de salida, sí, pero al mismo tiempo actúa como punto de llegada. En ese laberinto mental que es Inland Empire, también aparece como la pieza que ayuda a suturar el relato sangrante. Corta y cose en un movimiento casi infinito que remite a una estructura helicoidal, en eterna fuga. Retomando la analogía à la Warburg con Botticelli, los trabajos del cineasta estadounidense se intuyen como la correspondencia fílmica del retablo pintado por el pintor florentino Historia de Nastaglio degli Onesti (1482-1483) (4)↓. El retablo es la traslación pictórica de una historia del Decamerón de Bocaccio, y narra las desventuras del citado caballero Guido degli Anastagi, quien se había suicidado al no verse correspondido por una joven a la que amaba desesperadamente y que no habría sentido remordimiento alguno por la muerte de su pretendiente. Ella murió poco después y, debido a su indolencia ante la tragedia, fue castigada a sufrir un tormento sin parangón: sería permanentemente perseguida por su enamorado, quien cada viernes le daría alcance, la mataría, le arrancaría el corazón y se lo arrojaría a sus perros. Pero ahí no finalizaba el tormento. Ella resucitaba y así se reanudaba su huída y la cruel persecución. Ad eternum. De este modo, la equivalencia no es baladí: en Lynch asistimos a la exhibición de “una Venus perpetuamente asesinada (5)↓”. Un sueño de desgarramiento. Un sueño de eterna muerte y resurrección como ya lo planteó Maya Deren en Meshes of the Afternoon (1943).
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