sábado, 25 de agosto de 2012

otra vez sin voz. Regreso de Miraflores de la Sierra. Segundo curso de verano en el que me pongo malísimo. Diarrea, náuseas, dolor de cabeza, inflamación de la muñeca, pinzamiento en la espalda. Y lo peor, otra vez regreso con un cansancio extremo. En el primero de los cursos sobre la "indignación" trasnoché en demasía, en este la mitad de la mitad. La experiencia es idéntica en lo que supone el retorno: una sensación rara de vacío, casi al borde de la depresión, como si escuchar hablar de todo (especialmente cosas sesudas sobre arte y política, vuelos filosóficos por un tubo) fuera algo que organismo no pudiera ya asimilar. También está la cosa del abracismo y el síndrome de colegio mayor. Conoces gente o vuelves a ver a amigos, te mezclan con alumnos y sientes que esa burbuja de la "cristalera" todo se prolonga en demasía. Una de las últimas cosas que escuché giraba en torno al libro, al texto infinito. La finitud precisamente de esos encuentros (seminarios o como se quieran llamar) me afecta en demasía. Tardé casi tres días en recuperarme del otro curso, ahora me temo que volverán las ansiedades, el desorden mental, la sensación de carencia. Aunque podría terminar este post "confesional" diciendo que no recomiendo la cosa, doy por sentado que volveré (ahí o en sitio similar) a tropezar con la(s) misma(s) piedra(s). Soló faltó escuchar aquel temazo de "amigos para siempre all my loving, tlarará". La Universidad se dibuja en mi imaginación febril como un Titanic herrumbroso en el que la orquesta sigue, impertérrita, cumpliendo su misión.

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