Conservo dos imágenes del documental Let’s get lost (creo que aún proyectan la película en los cines Verdi de Madrid). En una de ellas el músico se encuentra tocando en una azotea ―a una hora extraña, pues parece ser de día― y las pocas fuerzas que le quedan corren a través de esa trompeta. Hay momentos en los que su figura apunta hacia el cielo y allí dirige sus notas, pero en otros ―los más― sus rodillas flaquean e inclina la cabeza hacia abajo, y entonces su música ―cual metonimia de su vida― parece irse por el sumidero que hay en el centro de la cubierta del edificio. La otra secuencia ―que, fragmentada, salpica todo el film― consiste en un viaje a bordo de un descapotable. Esta vez es de noche. Confusas luces, susurros, risas y una inequívoca placidez opiácea. Dos chicas le flanquean, ¿groupies?, ¿prostitutas?, ¿amigas? Tanto da. Chet Baker sonríe como el señor de un extraño reino.
Deep in a dream. The long night of Chet Baker de James Gavin (Knopf, Nueva York, 2002) es la biografía que trata de reconstruir todo esto (hay traducción castellana a cargo de Juan Manuel Ibeas: Deep in a dream. La larga noche de Chet Baker, Debolsillo, Madrid, 2006).
Con casi el mismo título hay un excelente disco para quien quiera iniciarse en su música: Deep in a dream. The ultimate Chet Baker collection, Blue Note Records, 2002.
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